border_color Por Margarita Cervio

Relatos de General Pico: La historia del restaurant “El Júpiter”

Relatos de General Pico: La historia del restaurant “El Júpiter”
11 Julio, 2021 a las 10:00 hs.

El hombre común, en el decurso de su vida, va dejando voluntaria o involuntariamente huellas en su camino que hacen a la historia personal y a la del grupo al que pertenece.

Observadas con atención, estas huellas nos muestran la estructura de la sociedad que las contiene y así la vida de cada uno de nosotros se va enlazando inevitablemente en  circunstancias específicas que caracterizan a una época particular y le dan sentido.

Todo ello queda registrado a veces en pequeñas acciones – o recuerdos – que permiten reconstruir los azares de las mil historias anónimas de los personajes que están o estuvieron en esta tierra.

Hoy hablaremos de un restaurante, y al  pensar en restaurantes emblemáticos es imposible no pensar en   “El Júpiter”.   Quizás la característica distintiva de éste, fue la calidez de la familia que le diera vida.  Desde sus inicios fue  familiar y se mantuvo así hasta el día de su cierre.

La figura principal fue Clemente Natal, nacido en Dorila. Se instaló en General Pico a los 15 años junto a su familia, en la calle 22 entre 15 y 17. La casa era propiedad de sus abuelos y aún hoy conserva su fachada original. En su coronamiento consta el año de finalización de su construcción, que fue en 1921. Debajo, un cartel azul con letras blancas  recuerda que allí funcionó “El Júpiter” fundado el 22 de Febrero  de 1948  por  José Natal,  Margarita Vaira de Natal  y sus cuatro hijos.

Clemente fue mozo desde ese entonces y por más de 50 años. Hombre comprometido con la comunidad formó parte de UNILPA,  Club Ferro Carril Oeste, Presidente de la Liga Pampeana de Futbol, y  creó la fábrica de mosaicos aún vigente. A su lado siempre acompañando con constantes muestras de amor se encontraba su Sra. Elda Heddy  Gagliardone. Su nombre es tan lindo como ella, coqueta, alegre, decidida,  excelente anfitriona y cocinera.

El restaurante era el punto de encuentro de distintas generaciones y clases sociales, sin distinción se los atendía a todos por igual, y todos referencian lo mismo: lo bien que se sentían en un lugar pequeño pero de corazón grande.

Un gran  programa para la época era ir al cine Centenario y luego pasar por el restaurante.  Para los empleados del banco era  cruzar la calle por el menú del día y olvidarse del agitado día laboral. Para  los soldados era pasar  sus días de salida allí, (su segunda casa) y ser atendidos sin siquiera preguntarles  si tenían dinero para pagar.

Cierro los ojos y me veo muy chiquita junto a mi familia esperando la milanesa con puré, los manteles de tela  floreada resguardados por el hule transparente, la barra con la bomba que me parecía gigante y el pedir permiso para ir al baño para lo cual se necesitaba salir del salón comedor y transitar un jardín lleno de macetas de cemento con hermosas plantas que hacían que fuera toda una experiencia. Siempre pedía lo mismo, porque lo importante no era la comida… ¡era el mozo!  Cuando me preguntaban … ¿qué querés? Decía… ¡que me atienda un mozo! Y ahí estaba,  de chaqueta blanca impecablemente planchada. No era sólo el abundante y delicioso plato, sino “la experiencia”.

La última cena fue todo un acontecimiento, nadie quería perderse esa oportunidad del último plato, las mesas sólo faltaron en la cocina, porque todo el lugar estaba repleto de amigos, ya no clientes, y con entrega de plaqueta y palabras de Ricardo Actis Giorgetto el  lugar que los albergó, que los vio crecer, del que se sentían parte, apagó sus luces el último día de abril de 2001.

A más de 20 años de su cierre, he tenido la suerte de volver y aún hoy todo se conserva como en aquellos tiempos, hasta los adornos y manteles.

Una vez cerrado, al pasar y verlos sentados en la vereda, yo siempre tenía algo para preguntar. Me encantaba charlar con Elda,  Natal, y sus hermanas.  Antes de esas charlas pensaba como muchos que se llamaba el  Júpiter, por el planeta.  Pero en realidad era por un avión y en un video Natal me lo cuenta. Escucharlo es maravilloso por eso lo comparto y cierro este relato de historias que se entrelazan y dan carácter a la ciudad.

En esta nota hablamos de: