border_color Por Margarita Cervio

Grandes historias de General Pico: El Molino Fénix, un gigante dormido

Grandes historias de General Pico: El Molino Fénix, un gigante dormido
4 Julio, 2021 a las 10:00 hs.

El siguiente texto fue extraído de la monografía ganadora del concurso llevado a cabo por la Oficina Municipal de Turismo en el año 1998. Fue realizado por alumnos de 4to. Año, divisiones  I y II del Colegio “Virginia G. Amela” y coordinado por la Profesora Isolina Moreno.

Este trabajo no sólo deja ver la historia a través del relato, sino también de una importante cantidad de documentación y fotografías.

El Molino fue tan importante para la ciudad, que aún hoy es mojón para ubicarnos y el barrio que lo rodea lleva su nombre. De orgullo piquense a estructura dormida en el tiempo, miles de recuerdos y anécdotas lo rodean.

El “rascacielos pampeano” o “fantasma de los molineros” como se lo conoció en sus primeros años, fue construido entre 1907 y 1908 por el Sr. Antonio Catáneo.  Originalmente perteneció a la firma Orcoyen, Castaños y Cía. Cabe destacar que existen datos confusos respecto a los primeros propietarios y sobre su capacidad productiva en aquellas épocas.

El historiador Delfín Pérez, en “Historias de La Pampa Central” manifiesta que “permaneció inactivo durante los períodos de cosechas de los años 1913/1914 por falta de trigo para la molienda, puesto que el total de la producción era vendida directamente a Europa…”

El 26 de diciembre de 1918 la firma Ingeniero Werner, se transformó en S.A. Molino Fénix y en 1920 adquirió el Molino de nuestra ciudad, los vendedores fueron Cristóbal Orcoyen,  Juan A Castaños y Pedro Boloqui.

Apenas adquirido por la nueva firma, un ingeniero rosarino, el Sr. Carlos Zuller, fue contratado para ampliar la obra original, agregando los silos y las chimeneas con el fin de darle un sentido funcional.

En 1922 se puso en funcionamiento la planta industrial ocupando un predio de 256 por 80 metros, ubicado en calle 21 entre 8 y 2. Constaba de varios sectores: recepción, depósito de materia prima, molienda, envasamiento, sala de máquinas, silos, calderas, depósito de harina y subproductos, secciones de mantenimiento, electromecánica, talleres de carpintería, caballerizas, limpieza, cuatro viviendas para el personal jerárquico y un chalet para el Gerente.

Equipada en su totalidad con maquinaria de origen alemán y holandés, tuvo una capacidad de molienda de 40 toneladas por día en sus orígenes, que se fue ampliando hasta llegar a las 180 toneladas por día al momento de su cierre. En épocas de cosecha empleaba hasta 110 personas, y mantenía un plantel estable durante el resto del año de aproximadamente 80 personas, entre  personal jerárquico,  administrativo, “burreros”, mecánicos, etc.

Hasta que el gobierno autorizó los envases de papel, existió en el molino un Taller de Reconversión de Envases. Varias mujeres con máquinas de coser eléctricas confeccionaban con telas de algodón procedentes del norte del país (donde se promocionaba la Tejeduría Doméstica) las bolsas que se utilizaban para envasar 40 o 70 kilogramos de harina. Otras trabajadoras refaccionaban con parches las bolsas deterioradas, o lavaban las retornadas.

Posteriormente se decidió utilizar mano de obra del barrio y así se vio llegar a muchas mujeres con carretillas para llevarse cien o más bolsas que lavaban en sus domicilios.

La sirena se tocaba puntualmente a las 8, 12, 15 y 18 horas y este fue durante muchos años el reloj de toda la ciudad.

En los primeros años de funcionamiento, las vagonetas cargadas con granos o harina, eran ingresadas o egresadas por los dos desvíos de líneas férreas tiradas por caballos o bueyes, hecho que justificaba la existencia de caballerizas dentro del predio.

Ya avanzada la década del 60, se construyó en el taller de este molino un tractor similar a la máquina del ferrocarril, que suplía a los animales en dicha función.

Cabe destacar que el trigo llegaba a la planta en bolsas de 60 a 70 kilogramos transportadas en carros por los agricultores de la zona. Recién comenzó a recibirse a granel cuando aparecieron los primeros camiones.

Antes de instalarse la cinta o la máquina apiladora, las estibas las realizaban los peones cargando las bolsas al hombro, se utilizaba una base de 10 bolsas por 18 de alto. El señor Manuel Haedo asegura que en una sola jornada, entre siete “bolseros” llegaron a apilar 5.000 bolsas, a este procedimiento se lo denominaba comúnmente  “burrada”.

Los gerentes que pasaron por  esta empresa en forma sucesiva fueron: Joaquín Oleaga, quien a pesar de la política de la empresa de trasladar continuamente a su personal permaneció en nuestra ciudad durante muchos años. Le siguieron Ángel  Amela, Luis Belleze, Antonio Sánchez y Armando Primón.

Entre el personal más antiguo puede recordarse a: Pedro Grassi, Juan Delcó, Pedro Aggio, Norberto Romero en recepción, Mariano Gutiérrez, José Martínez y Anselmo Frontini como Jefes de molienda; Ernesto  Muller, Luis Bellezze y José Angelucci como  Jefes de Máquinas; Fernando Gómez, Antonio López, Julián Mendoza, Rubén Fernández, José Botto como Vendedores;  Pedro Labarta, Irineo Barco, Luis Corminas, en Escritorio; Juan Haedo, Manuel Haedo, Carmen Aggio, Lita Miola,  Teresa Chilincoff, Desiderio Pechín, Nilda Cándamo, Nelly Sierra, Marta Pellegrino, Chiche Bonessi  y muchos más que esperamos nos los recuerden en sus comentarios.

Fotografías:  Hugo Valderrey – Colección Filippini –  Monografía Colegio Amela.

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