Junto a un equipo de 30 profesionales conformado por médicos, oftalmólogos, enfermeros y anestesistas, fueron a uno de los lugares más pobres de África para operar de cataratas.
El desafío fue gigante y nunca antes la fundación española Elena Barraquer se había animado a tanto. Un equipo de 30 profesionales integrado por médicos, oftalmólogos, enfermeros, anestesistas y una misión muy concreta: operar de cataratas a mil personas en uno de los lugares más pobres de África.
Las cataratas en los ojos es una afección que se produce en el cristalino, la lente natural en el interior del ojo que permite enfocar los objetos próximos y lejanos. Las cataratas son la principal causa de ceguera en el mundo y la buena noticia es que la ceguera por cataratas es evitable.
Hay muchos rincones del mundo donde la gente no sabe esto y donde además manda la pobreza y no existen los recursos económicos, de infraestructura y médicos para poder hacerlo.
Senegal es uno de esos lugares. Allí el hambre manda y más de la mitad de los 13 millones de habitantes está por debajo de la línea de pobreza. Un relevamiento previo constató que había cientos de personas con una ceguera evitable, la mayoría de ellas en plena edad para seguir trabajando y produciendo.
De esa expedición sanitaria gigante participaron seis argentinos (tres médicos, dos instrumentadoras y un enfermero) quienes durante una semana vivieron la experiencia del servicio profesional para que más de mil senegaleses ciegos, de todas las edades pudieran recuperar la vista y volver a vivir.
El viaje se hizo en dos tiempos porque los 30 voluntarios de distintos países se concentraron en Barcelona, desde donde salieron a Dakar, la capital de Senegal, con más de 90 valijas. Una especie de murallón de maletas donde había de todo: desde lentes hasta gasas, desde agujas hasta bisturíes, desde alcohol hasta guantes y, por supuesto, los equipos necesarios en cualquier consultorio oftalmológico.
El hospital militar de Dakar fue el lugar donde montaron varios quirófanos para esta misión histórica y récord, que necesitó de una logística tan gigante como precisa para cumplir con el objetivo planteado. Un día entero para armar la infraestructura y cuatro días restantes desde la mañana a la noche recibiendo gente que, al abrir sus ojos, se abrían al mundo.
Como si se tratara de un milagro inesperado, aquel viejo hospital se convirtió en un desfiladero denso de almas que sabían que sus vidas ya no serían las mismas. Hoy los profesionales argentinos que participaron superponen pequeñas anécdotas que dimensionan el tamaño de esta proeza humana en ese pedazo de tierra que el Atlántico besa, donde los pocos ricos tienen muchísimo y donde los muchos pobres tienen nada.
La única barrera fue el idioma: los nuestros hablan español y allá se habla en francés. Por eso la mirada fue no solo el encuentro posible sino también la conversación entre los unos y los otros, que solo necesita del alfabeto del corazón. Pequeños grandes regalos para esos argentinos en la otra parte del mundo: caras de asombro, ojos de sorpresa, lágrimas no lloradas, miradas de gratitud. Algo así como un despertar después de muchos años de sombras o de oscuridad total.
La operación número mil tuvo carácter de celebración. Habían llegado a la meta y podían corroborar que estaban en lo cierto. La paciente fue una señora mayor que no entendía nada encerrada aún en su ceguera, mucho menos cuando abrió los ojos y se encontró con que los 30 integrantes del equipo de la fundación estaban rodeándola, festejando la enorme hazaña.
Al día siguiente, muy temprano, cuando el micro de los profesionales llegó hasta la puerta del hospital se desayunaron antes de tiempo con un aplauso interminable, de esos que duran para toda la vida, de los mismos pacientes que eran otros, en la piel de siempre. Se habían concentrado de manera libre y espontánea, desbordados de alegría y gratitud, entregando el aplauso como el mayor de los tesoros.
Dice José Saramago en Ensayo sobre la Ceguera que “llega un momento en que no queda más remedio que arriesgarse”. Y así lo hicieron de un lado y del otro. Confiando en que hay un día en que el encuentro de las almas tuerce nuestro destino para siempre. Aquellos en África ya no necesitan andar a tientas. Los nuestros, en Argentina, tienen un buen recuerdo donde mirarse.
Fuente: tn.com.ar