por Margarita Cervio

Historias de General Pico y sus costumbres mortuorias

Historias de General Pico y sus costumbres mortuorias
24 Octubre, 2021 a las 11:00 hs.

Esta columna intenta reflejar el General Pico de ayer y el de hoy. Constantemente intento incomodarlos con la misma pregunta: ¿todo tiempo pasado fue mejor?  Hace mucho preparé una columna sobre el cementerio, pero en aquel momento no me pareció un tema oportuno. La muerte en estos últimos tiempos es moneda corriente en nuestro sentir y en nuestra conversación. Y a pesar de que la pandemia nos acerca a ella de diferentes maneras, qué difícil es naturalizarla.  En mí, existe un profundo intento por tomarla como un proceso natural de la vida y cuando creo acercarme al objetivo, la muerte se presenta en mi vida mostrándome otras facetas. Pero quiero introducirlos en el tema con el texto de una entrevista que le realizaron a Juan Williamson donde dice…

“La contemplación y el amor de la naturaleza me han dado la paz, y aunque no deseo morir, espero la muerte con la misma alegría en que vivo. Al final ¿no es la muerte una consecuencia de la vida? Mi cuerpo será sepultado en la tierra, y quisiera que el calcio de mis huesos fuera sorbido por alguna de mis plantas. ¡Qué buen abono sería!”.

Juan falleció a los 89 años, el 25 de septiembre de 1976.  Conforme a su voluntad no hubo velatorio, y la inhumación se realizó sin ninguna ceremonia, incluso sin cortejo el traslado del féretro hasta la necrópolis de General Pico.

¡Qué hermosa mirada de la muerte tenía! Esa es mi búsqueda: “la muerte vista como proceso natural”. ¿Cuál es la opinión de ustedes?

La realidad es que cada cultura la vive de manera diferente y a lo largo de la historia de General Pico las costumbres y los rituales funerarios han cambiado: los amplios despliegues en las calles, los cortejos fúnebres pasando por instituciones, el luto, las flores…

Por lo general los cementerios se encontraban a la entrada o al final de los pueblos, pero siempre alejados. A medida que las zonas urbanas crecieron, los cementerios quedaron dentro de las ciudades como es nuestro caso. Entrando por el portón principal, a la izquierda, aún se encuentra la capilla. Las carrozas fúnebres frenaban su marcha en el interior del cementerio, y desde allí se transportaba a pulso el ataúd, se pronunciaba un responso y luego se realizaba la sepultura.

Actualmente, al trasladarse la casa velatoria frente a los dos cementerios, no vemos más esos acompañamientos como se muestra en la foto.

Una costumbre bastante particular era la fotografía fúnebre, un servicio que no prestaban las funerarias, sino que se contrataba de manera particular. Un fotógrafo tomaba imágenes en el velatorio, del carruaje que transportaba el ataúd, y ya en el cementerio, la salida desde la capilla, con el féretro transportado por sus familiares y amigos.  En algunos casos existía la fotografía en el lecho de muerte o post mortem, en las que el profesional tenía que tener cierto grado de cualidades de “artista” para retratar al difunto de la mejor manera o lo más “vivo” posible, dice Hernán Vizzari, experto en la materia.

Había todo tipo de trabajo alrededor de la muerte: sepultureros, floristas, marmolistas, lapidarios, pintores de epitafios, arquitectos, constructores de nichos. En estas obras no faltaban candelabros, relojes que marcaban “la hora fatal”, bordados y vitrales.

Hoy todo se simplificó, como en el cementerio parque, desprovisto de toda simbología funeraria. ¿Qué es mejor?   No sabría decirles, todas las costumbres tienen la finalidad de homenajear a nuestros seres queridos, de una u otra manera. Así vemos también las tarjetas recordatorias de aniversarios, tan comunes en una época, tan raras hoy.

A modo de cierre y como suelo hacer, les cuento algo de mí. No porque crea que es importante, sino esperando que ustedes también me cuenten sus vivencias, porque todas suman a la historia de nuestra ciudad.

Cuando falleció mi abuela, nada calmaba esa pena, ella era irremplazable para mí. Tan grande fue mi dolor, que decidí adoptar una abuela. En ese entonces guiaba circuitos históricos por la ciudad y conocí a mi abuela adoptiva. Un malentendido familiar la había dejado sin nietos y un arrebato de la vida, me había dejado sin abuela y nos adoptamos. No tenía mucho para ofrecer, más que tiempo y escucha, y así nació una hermosa relación llena de charlas y tiempo tomando el té. Nunca intercambiamos regalos, no hay nada más que sus relatos que me la recuerdan. Ni siquiera intercambiamos plantas a pesar de que pasábamos horas mirando jardines. La acompañé y me acompañó por años. Eso calmó mi pena y me ayudó a seguir.

Años más tarde falleció mi papá y mi hijo muy pequeño emprendió solo la tarea de adoptar un abuelo. Adoptó uno que no era amigo de la familia, sólo un conocido. En el momento en que le preguntó si quería ser su abuelo, él no se pudo negar. Pero al llegar a casa le dije que no esperara que fuera como su abuelo, que no le iba a traer golosinas y que no esperara juegos o salidas. Pero me equivoqué: su abuelo adoptivo asumió ese rol y lo visitaba frecuentemente, lo ayudaba en las tareas, lo invitaba al aeroclub y compartían mucho tiempo.

De pronto… se dio cuenta de que le faltaba otro abuelo… Entonces, se rompió el auto y le dijo al mecánico: “Alberto, ¿querés ser mi abuelo?”.  Y otra vez la misma charla, y otra vez me equivoqué. Hasta invitaciones al cine recibía de su segundo abuelo adoptivo, con el que hasta el día de hoy comparte su amor.

Me quedo con la frase inicial de Juan Williamson: “La contemplación y el amor de la naturaleza me han dado la paz, y aunque no deseo morir, espero la muerte con la misma alegría en que vivo. Al final ¿No es la muerte una consecuencia de la vida?”

Cuando la muerte nos sorprende, en la elección de qué lado quedarnos, elijamos la alegría y adoptemos lo que nos falta, siempre podremos encontrar en otra alma carente lo que a nosotros nos quedó por dar.

¡Cómo me gustaría que me adopte una abuela! Sigo sin tener mucho para dar más que tiempo, afecto y largas charlas.

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