Por Norberto G. Asquini

Los 80 en Pico II: la época de oro de los boliches, moda y testimonios

Los 80 en Pico II: la época de oro de los boliches, moda y testimonios
Fiesta del Estudiante en la primavera de 1987. Era el lugar de moda.
14 Junio, 2020 a las 10:00 hs.
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Norberto Asquini

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En los 80 regresó al país la democracia. La juventud con su movida comenzó a ocupar espacios y a buscar nuevas formas de expresión. Asistimos así a la primavera alfonsinista y al Nunca Más, más allá de los traspiés económicos y de los fantasmas del pasado reciente. “En los 80 vuelve la noche con su sustantivo favorito: ¡fiesta!”, escribe la periodista Cristina Civale en su libro “Las mil y una noches, una historia de la noche porteña 1960-2010”.

En General Pico, Juan Carlos Pavoni era el propietario del boliche Cascay, y adquirió a comienzos de la década la mayoría de otro local similar, Vianella. Ambos eran lugares que habían quedado chicos para lo que estaba ocurriendo en otras ciudades y para una demanda que estaba fluyendo en las calles piquenses. La juventud reclamaba más lugares propios. Emprendió así la compra de unos terrenos en la calle 13 entre 12 y 14, a pocas cuadras del centro. “Queríamos quebrar la inercia, hacer un recambio estructural”, afirma Pavoni con una mirada retrospectiva sobre la idea que tuvo en su momento.

La llegada de los grandes templos nocturnos

A comienzos de los 80 se asistió a una moda internacional que nació con las discos neoyorkinas, se desparramó en las ciudades españolas con el destape posfranquista y llegó hasta los primeros boliches en la herida URSS que comenzaba a sentir el deshielo de la Guerra Fría.

Para la Argentina, los ochenta posdictadura fueron la creación de la cultura joven. De una autoconciencia generacional. Todo un clima de época: “hay que salir del agujero interior”, cantaba Virus. “Inventemos para todos un mundo mucho mejor”, decía Miguel Mateos. “Todos crecimos sin entender/ Y todavía me siento un anormal”, Charly García dixit.

En Buenos Aires abrieron varios de las discos más recordadas, el templo under Cemento o la fiesta del rock de Obras, estallan los boliches como Cerebro en Bariloche y otros en lugares de vacaciones como Mar del Plata o Villa Carlos Paz. En Santa Rosa aparece Crazy, después New Star. Y entonces se transformó la noche para las y los jóvenes de General Pico, una ciudad chica, que apenas llegaba a los 40 mil habitantes, donde todavía las calles eran oscuras de noche y las de tierra comenzaban no muy lejos del centro. Y también para la juventud de una amplia zona del norte pampeano que se sumó los fines de semana a los lugares de esparcimiento piquenses.

Y fue así que en 1986 en General Pico nació Butterfly, el primer gran boliche. Pavoni explica: “Ese fue el tiempo de las mega discotecas. Lugares espaciosos que se adaptaban. En Buenos Aires se cerraban muchos cines y entonces se compraban para hacer boliches como Wall Street o La France. La onda entonces eran los galpones, grandes espacios, sin mucha elaboración arquitectónica. La idea era salir de las mini discotecas, de las casas viejas ampliadas”.

Logo Butterfly

“Lo que marcó la diferencia con lo anterior fue que antes eran oscuras, ahora en la nueva etapa la iluminación fue todo. En los 80 se dio el boom de la iluminación. Y también del audio”, remarca.

Sebastián “Chango” Follmez completa: “Para el equipo de iluminación que compró en Mar del Plata, Juan entregó una Honda 900 y una camioneta Ranchero. Se quedó sin movilidad. Compró luces de neón que no se conocían en Pico. Así que conseguimos dos camionetas e hicimos dos viajes para traer todo. Juan era alguien que como agarraba el dinero, lo invertía. Iba a fondo, fue muy inteligente. Hizo trabajar al boliche como una empresa. Cerraba el boliche y en 15 días lo transformaba”.

Esos boliches son parte de una época de cambios culturales, y de costumbres que hoy recordamos con cierta nostalgia. Para muchos, años de comenzar a “conocer la vida”, de autoconocimiento y de libertades. Del videoclub y los VHS, y los minicomponentes y los walkman; las hombreras, las polainas o los jeans nevados; los desmechados; Renault Fuego o Ford Sierra; los posters en las paredes de las habitaciones de las y los adolescentes; los asaltos; el We are the world y el flúo; de las Zanella 50 versus las Juki Dribbling; Olmedo, Calabró o Gasalla en la tele; los cigarrillos como cosa común o las primeras tarjetas de crédito; Maradona genial, único y campeón del mundo; los últimos sorteos para la colimba; de los cassettes y las listas para grabar; las revistas Pelo, Canta Rock o 13/20 o el suplemento Si!; del Domingo para la Juventud (el de la tele con Soldán o el piquense y más artesanal en el Club Independiente); del teléfono a disco; de Volver al futuro. Un tiempo analógico.

Un antes y un después

La llegada de Butterfly, explica Pavoni, “fue un antes y un después en las noches de Pico. Cambió las costumbres. Se convirtió en un lugar de comunicación, de encuentro. En tiempos en que no había internet, que no había Facebook ni Whatsapp, el boliche fue el lugar de comunicación de los jóvenes. Era encontrarse el sábado en el boliche o en el colegio durante la semana. ‘Nos encontramos en el colegio o en el boliche’, era la frase”.

¿El porqué del nombre? “Surgió de quienes me hicieron el audio y la iluminación, que eran dueños de El Castillo en Mar del Plata. Estaban en Pico haciendo los trabajos, y almorzando me dicen ‘¿cómo le vas a poner?’. Uno me sugirió: Ponele Butterfly, es una palabra suave, que se puede pronunciar. Así nació el nombre, no fue nada épico”, explica el entrevistado.

El lugar donde fue levantando el boliche en la calle 13.

“Eran tiempos de democracia, y se notó. La gente salía con más tranquilidad. Los padres dejaban salir a los chicos con tranquilidad. Hice siempre hincapié en la seguridad. Charlaba con los chicos y con los papás, porque tenía relación por mi edad con ellos, sobre qué querían y qué planteaban”, indica.

“En Cascay pintaban canas, en Butterfly fue mucha juventud. Empezó a aparecer la juventud. Se pasó de 400 personas a más de 1.200 en un solo local”, afirma Follmez.

El nuevo boliche abrió en tiempos de fiestas de fin de año, el miércoles 24 de diciembre de 1986. “Fue un boom, se agotó todo lo que compramos, fue lleno todos esos días”, recuerda de esas primeras noches Follmez.

Momento del recuerdo

¿Qué se recuerda de esas noches? Algunos testigos rescatan sus vivencias.

Silvina recuerda: “Fue entrar y, uauuu, las luces, la gente, la música! Ibamos en grupo siempre. Se bailaba en pareja, no había solos o rondas en la pista. Era frente a frente, y una pareja al lado de otra si eran del grupo de amigos”.

Analía: “Mi mamá no me dejaba ir, porque quedaba lejos y era chica, me decía. Recién cuando me empecé a quedar a dormir en lo de mi amiga en el centro iba seguido. ¡Qué manera de caminar entonces!”.

Pablo: “¡Qué manera de rebotar, jaja! Era todo un ascenso: pasabas de los asaltos y los cumpleaños de 15 a un día ir al boliche. Y ahí te sentías grande. Igualmente era pagar derecho de piso. Las primeras veces solo mirabas. Con el tiempo ibas entrando a bailar”.

Fernanda: “Yo lo asocio, entre otras cosas, a lo gastronómico. Tomábamos un submarino a la salida, otros se iban a comer el lomito del Salón Rojo. En el boliche se tomaba sprite con limón, un porrón de cerveza los varones. Era muy medido”.

La pista de Butterfly a pleno.

Daniel: “Veníamos desde Trenel en la F-100, eramos cinco arriba! Era llegar a Pico y era otro mundo, era un lujo. Sobre todo en el boliche. Y te encontrabas con gente de toda la zona. El día que llovía, parecía que faltaba gente porque muchos no podían llegar desde los pueblos”.

Raúl: “Eran tiempos todavía de sexualidad reprimida, eran los 80, habíamos crecido en dictadura. Los lentos eran esperados. Acompañar a las chicas a su casa, que nunca iban solas. Estaban, para los que tenían auto, las ‘villa cariño’, como era la zona cerca del cementerio. Mucho árbol y todo oscuro. O cualquier lugar oscuro, como el parquecito frente a la plaza. Jaja, en pleno centro”.

La etapa de esplendor de Butterfly duraría menos de una década. Pero marcaría a una generación que hoy tiene entre 45 y 55 años y que viviría buena parte de sus mejores noches entre las luces y la música de la pista de Butterfly. Todavía falta contar una parte de esa historia. En la próxima nota.

Próximo domingo tercera y última nota

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