“La pobreza no genera delincuencia”

thumb image
10 Enero, 2019 a las 14:24 hs.

El análisis lo realiza Silvio Javier Arias, profesor en Ciencia Política, sobre el texto: “Los Pibes Chorros: estigma y marginación” de Daniel Míguez



  En la segunda edición de “Los Pibes Chorros: estigma y marginación”, el sociólogo argentino y doctor en antropología Daniel Pedro Míguez, describe con interesante claridad la realidad que rodea el mundo de los “pibes chorros” argentinos, en el contexto de la última etapa del siglo pasado y principios del siglo XXI. Una lectura necesaria para comprender a éstas víctimas del sistema de valores neoliberal, el cual margina, estigmatiza y condena aquello que él mismo genera, consecuencia de la falta real de oportunidades, el abandono estatal y la falta de humanidad.-

 El “pibe chorro”:

   A través de su investigación, que incluye entrevistas a los mismos protagonistas, Míguez nos devuelve un perfil crudo y doloroso del “pibe chorro”. Nacidos en el contexto de un país en crisis (fines de la década del ochenta), dónde quienes siempre pagan las consecuencias más graves son los pobres, los “pibes chorros” son hijos de familias excluidas del sistema. Principalmente excluidas por la falta de ingreso al mercado formal de trabajo, que a su vez genera modificaciones al interior de dichas familias. El modelo “patriarcal”, donde el padre provee el sustento a su familia, es reemplazado por el modelo “monoparental”, con madres solas a cargo de sus hijos. Sueldos bajos, inestabilidad laboral, carencias materiales, desmembramiento familiar, pérdida de valores asociados al estudio y el trabajo… y lo que es peor, la sustitución de la familia, la escuela y el trabajo estable, por un mundo alternativo, el delictivo con “otros códigos y valores”, dónde todo parece obtenerse de forma rápida, degradando y arriesgando vidas propias y ajenas. Esa realidad da vida al “pibe chorro”.  Expuestos por las carencias afectivas y materiales, vulnerados por las influencias negativas de grupos nocivos para su integridad física y moral; los “pibes chorros” parecen estar condenados a una realidad que no eligieron, pero que les acontece sin dejarles alternativas… o tal vez sí.  

      Desde una perspectiva humanista, el autor se encarga de resaltar que la “pobreza no genera delincuencia”. Sí se daría en contextos de marginación social, una mayor motivación a procurarse ilícitamente bienes, que no se pueden alcanzar por las vías legales o convencionales (trabajo formal, educación, esfuerzo personal). La influencia de la sociedad -valores y bienes que propone para ser considerado exitoso e incluido-, sobre aquellos jóvenes vulnerables, resulta determinante al momento de elegir el camino peligroso, pero rápido de la delincuencia.

   La cita de su colega norteamericano Robert Merton, es muy clara al respecto: “se trata de la diferencia entre las expectativas y exigencias que genera la sociedad y las posibilidades reales de alcanzarla, lo que genera la desigualdad y predispone a las personas a transgredir la ley”.

     Dicho en otras palabras, lo que genera resentimiento, violencia, transgresión y delito en los “pibes chorros”, es la ausencia real de oportunidades (afectivas, culturales, materiales). La exclusión se vuelve insoportable y debe ser modificada, sin importar medios y consecuencias.

 

Entre dos mundos:

    Los “pibes chorros” entrevistados por Míguez, tienen sentimientos ambiguos frente al trabajo y la escuela. Por un lado perciben esos ámbitos como lugares frustrantes, por otro lado los desean porque saben que pueden convertirse en un camino de realización personal. Están ubicados entre dos sistemas de valores diferentes, los valores convencionales de la sociedad y los propios del mundo del delito.

   La tensión entre la familia y la esquina parece ser preponderante en el caso de estos pibes.  Hay variantes como la completa ausencia del núcleo familiar en sus vidas, nadie que subraye la importancia de la educación y tampoco que organice las rutinas temporales en el hogar. Incluso hay familias que directamente participan, en su totalidad, de la transgresión y no estimulan la salida de éstos jóvenes del mundo del delito (“rescatarse”). “Giles, panchos y caretas”, son los términos usados por los pibes chorros para designar a quienes no son del mismo palo.

   Aunque la actividad delictiva de los jóvenes no está solamente vinculada a la obtención de recursos económicos, la falta de ellos, sobre todo en ciertos momentos, puede inducirlos a delinquir; no solo por la necesidad en sí, sino también por el resentimiento que eso genera.

 Los delincuentes entrevistados admiten que el delito y sus consecuencias terminan convirtiéndose en un obstáculo para tener parejas estables y mantener relaciones permanentes con sus hijos y familiares. El delincuente joven conoce bien esta contradicción entre vida familiar y vida delictiva, pero no puede resolverla fácilmente. Uno de ellos decía: “Por ahí vos te pensás que es fácil, que ser delincuente es fácil, y a veces hacés plata fácil. Pero yo tengo 17 años y estuve en institutos como 6 años sin ver a mi familia. Y ahora tengo una nena y tampoco la puedo ver”.

   Míguez remarca una diferencia muy gráfica entre los delincuentes adultos -chorros de caño, armeros, pilotos- y los más jóvenes. Éstos últimos, conocidos en su jerga por “antichorros, cachivaches o barderos”, tienen la costumbre de usar innecesariamente la violencia o cometer robos menores, victimizando indiscriminadamente a cualquiera. Roban dentro del barrio, lastiman o matan por un par de zapatillas, cobran peaje en los pasillos o esquinas, generan conflictos con los vecinos poniendo la música fuerte en horarios inapropiados, o peleando por motivos insignificantes.

 Soluciones integrales:

    A la hora de pensar en las soluciones que eliminen, o al menos disminuyan la realidad de los pibes chorros, el protagonismo recae en los gestores políticos. Daniel Míguez considera que para reducir la marginalidad de éstos pibes, primero hay que generar las condiciones estructurales (materiales) necesarias y luego acoplarlas con políticas estatales que promuevan su reintegración social. Considera que el sistema político argentino todavía no dirige sus estrategias de prevención de la delincuencia juvenil, tomando como referencia toda aquella información que el propio Estado genera, a través de sus diferentes instituciones e injerencias. Ese déficit informativo se traduce en  inadecuadas políticas, aplicadas para enfrentar no sólo el drama de los “pibes chorros”, sino otras innumerables problemáticas que acucian a nuestras sociedades.

   El problema del delito debe abordarse desde varios niveles. En un primer nivel las políticas deben destinarse a combatir factores de tipo estructural vinculados al delito como la pobreza, el desempleo y la desigualdad social extrema. Este tipo de estrategias ataca las causas de fondo de la delincuencia, pero actúa en forma indirecta y a largo plazo. En un segundo nivel, las políticas estatales deben favorecer la integración de la población, evitando marginalidad y exclusión, particularmente en la población vulnerable.  La reintegración social de los delincuentes, a través de la acción de los patronatos de liberados, los programas de libertad asistida, el empleo formal y estable luego de la cárcel, la educación y formación en oficios dentro de ella; son los medios a utilizarse en un tercer nivel. En último lugar, la disuasión y represión del delito, al cual el sociólogo define como “el menos eficaz”. Se define por las políticas de policiamiento y la creación de barreras físicas (rejas, chequeos policiales, alarmas, etc.), para disuadir delincuentes y reprimir el delito, por lo tanto, atacan el efecto y no la causa del mismo.

  Míguez concluye uno de sus capítulos diciendo: “Si Argentina quiere reducir el problema del delito y volver a ser una sociedad segura en ese aspecto, sus políticas deben priorizar el 1er, 2do y 3er nivel que hemos descrito anteriormente, sabiendo que el 4to nivel que hemos considerado aquí, es solo un paliativo momentáneo…”.

   El pibe chorro espera dejar de serlo, porque sabe que su destino lo lleva hacia un desenlace trágico. Espera de la sociedad más inclusión y menos condena… una mirada justa que le devuelva su humanidad, su dignidad; eso que le quito un compendio de valores destructivos que promocionan el egoísmo, la individualidad o la materialidad por sobre todas las cosas. La inmediatez del “tener para ser”, la superficialidad sin contenidos que enaltezcan otras condiciones como las del esfuerzo, el trabajo, la honestidad, el respeto por la propia vida y la de los demás.

    Ningún bien nacido quiere pibes chorros. Queremos pibes felices, plenos, sanos, con un proyecto de vida y con posibilidades reales para realizarlo; pibes valorados por la sociedad y protegidos por el Estado. En los últimos años, el aumento de la pobreza en el país, fruto de una  política neoliberal inhumana e injusta, nos obliga a redoblar esfuerzos para combatir sus nefastos efectos sobre la sociedad argentina. Deben instrumentarse alternativas orientadas a disminuir marginalidades, no solo la de los pibes chorros, sino también la de tantos otros que luchan a diario por ser incluidos o quedar excluidos. Solo la inclusión real eliminará la violencia y el hartazgo social que generan las injusticias que nos atraviesan a todos, lastimando con mayor profundidad a quienes no poseen las herramientas para enfrentarlas. Para ello necesitamos verdad y justicia.-