Cada 22 de mayo esta santa nacida en Cascia, Umbría, con el nombre de Margherita Lotti es venerada en todo el mundo. Sus padres la habían casado con un hombre de mal genio, cuando ella pretendía ser monja. Las tareas imposibles que logró cumplir en vida y los milagros póstumos.
La santa de las causas desesperadas y de los casos imposibles, Santa Rita es venerada en toda América Latina cada 22 de mayo. Su devoción está muy arraigada y no hay lugar en donde no haya alguna iglesia o capilla dedicada a su memoria; en el Líbano su culto es increíble y en Italia no hay templo, capilla o iglesia que no tenga una imagen o pintura de esta santa (junto a san Antonio de Padua y el padre Pio). Pero quién era Santa Rita y porqué esta devoción está tan extendida por nuestro territorio y por los países vecinos y las regiones más apartadas de occidente.
Todo comienza con sus padres Antonio Lotti y Aimée Ferri, quienes vivían en Roccaporena, a tres kilómetros de Cascia en Umbría (Italia central). En la “República de Cascia” (Italia no existía tal y cual como la conocemos hoy), desempeñan el papel de “pacificadores”, es decir, de mediadores entre las familias que han entrado en la espiral de los conflictos y de la “vendetta”. Cristianos convencidos, viven así la bienaventuranza de los “artesanos de la paz”. Ya eran viejos cuando nació en 1381 su hija Margherita Lotti. “Rita” es, aparentemente, la abreviación de su nombre. Un día, Antonio y Aimée fueron a trabajar al campo y llevaron a la bebé con ellos en una cesta de mimbre. Lo ponen a la sombra de los árboles, un enjambre de abejas rodea a la niña, algunas incluso se posan en sus labios pero sin picarla. Este fue uno de los primero signos que marcarían toda su vida.
Rita responde muy temprano y con gran fervor al amor de Dios. Muy a menudo sube a la cima de la roca alta de Roccaporena para meditar allí y orar. Tenía solo doce años cuando pensó en ingresar al monasterio agustino de Casia, pero para lograr este tan anhelado proyecto pasaron muchos años y muchas cosas en su vida.
La idea que Rita ingresara como monja al monasterio no estaba dentro de los planes ni de su madre ni de su padre, por lo tanto la casaron con un tal Paolo Mancini, un hombre maltratador y de mal genio. Al comienzo de su matrimonio, Rita sufre mucho por el carácter de Paolo. Hoy, sin duda alguna este señor estaría en prisión. Sin embargo, con su mansedumbre, su paciencia y más aún con su oración, logró cambiar la actitud de su esposo. El matrimonio tuvo dos hijos: Jean-Jacques y Paul-Marie. Rita iba con ellos al lazareto, a la iglesia y constantemente les hablaba sobre el amor de Dios y su infinita misericordia.
Su pasado de hombre maltratador, cruel y despiadado lo alcanza y no lo salva en su nueva vida a Paolo Mancini. Una tarde cuando regresa de Cascia, sus enemigos lo emboscaron cerca de la Torre de Collegiacone y lo asesinaron a traición. Rita estaba destrozada, el hombre que Dios le había otorgado yacía muerto y sus hijos reclamaban venganza ante aquellos que lo habían asesinado. Rita ve con horror como el mal se apodera de sus hijos y los encamina hacia el homicidio vengativo. Desolada invoca al Señor y a la Virgen, no quiere que sus hijos sean asesinos y suplica al Señor que tenga misericordia de ellos…
Dios escucha sus ruegos y antes que sus hijos empuñen el puñal y la espada asesina, fallece uno tras el otro de causas desconocidas. La santa de Cascia, tuvo una visión en la que sus hijos gozaban de la beatitud celestial y como si no hubieran fallecido, se hubieran convertido en sanguinarios asesinos sin piedad ni temor de Dios.
El año de 1417 encuentra a Rita, viuda y sin sus hijos. Por tanto decide solicitar el ingreso al monasterio agustino de Cascia, pero se le es negado, dado que muchas monjas pertenecían a familias que habían perdido a algún miembro porque su esposo, Paolo, los había asesinado. Su ingreso solo traería el odio y la venganza que se vivía fuera de los muros del convento a los claustros y la madre abadesa no podía permitir esto.
Pero le impone una tarea “imposible” de intentar reconciliar a las familias enemigas así y solo así podría ingresar al claustro. Para ello toma como santos intercesores a San Juan Bautista, San Agustín y a San Nicolás de Tolentino. Y, aunque todo parecía que iba a fracasar, logra la unión y la reconciliación entre estas familias y se juramentan, ante escribano público, como era la costumbre de aquellos tiempos; a deponer las armas y vivir en paz y armonía. Rita logra lo imposible. De acá proviene el relato áureo que son los santos antes mencionados que la transportan al convento de santa María Magdalena en Cascia. Rita tenía 40 años.
Rita obedecía en todos los sentidos a la Madre Superiora, quien la ponía a prueba. Le pidió una vez que regara todos los días una cepa de vid seca. A pesar de las burlas, Rita se tomó muy en serio este trabajo. Después de un año ocurre el milagro, la rama muerta reverdece, crece y da excelentes uvas. La Madre abadesa hizo cortar las uvas y un día, en un almuerzo dijo: “vengan todas y prueben del fruto de la santa obediencia” Esta vid todavía existe en el convento de Cascia y produce uvas de calidad excepcional desde hace más de quinientos años.
El viernes santo de 1442, luego del oficio de tinieblas, se sintió conmocionada por las palabras del predicador Santiago de Monte Brandone y concurre raudamente a orar frente a un fresco de Jesús crucificado. Su biógrafo Cavallucci nos relata el episodio: “…entonces ella comenzó a pedir con el mayor ardor que Cristo le hiciera sentir al menos una de esas espinas… con las que le habían atravesado la frente… Lo consiguió. No solo sintió la herida deseada, sino que ahora su frente estaba afligida por una llaga incurable que permanecería con ella hasta la muerte. Era una herida abierta y profunda que la hizo sufrir insoportablemente. La herida resistió todo tratamiento; nunca cerró durante los quince años que aún vivió Rita, excepto durante su peregrinaje a Roma. Rita se sumerge cada vez más en la oración y la contemplación, retraída en su celda. La gente viene de todas partes para recomendar intenciones de oración. El monasterio se convirtió, ya en vida de Rita, en un centro de peregrinación”. La “capilla de la espina” aún hoy se puede visitar dentro de los claustros del monasterio. Pero este estigma no será como la de los otros estigmatizados en la Iglesia que sus llagas olían a perfume. La herida de Rita despedía un olor tan nauseabundo, que deberá vivir apartada de la comunidad dentro del claustro en una celda construida para ella especialmente.
En 1453 Rita enfermó gravemente. Cuatro años duró su enfermedad, más si le sumamos la llaga en su frente, el dolor era insoportable. Pero cada vez que alguien la visitaba en su celda, solo veía en su rostro un semblante de paz y alegría. En el último invierno de su vida una prima suya logra el permiso de la madre abadesa para ingresar a la clausura y así ver a Rita y despedirse. Antes de irse, la prima le pregunta si puede hacer algo por ella. Rita responde: “Me gustaría una rosa de mi jardincito”. La prima cree que Rita está delirando. Las ventiscas y la nieve de ese invierno era muy crudas, las de 50 cm de depositaban sobre los campos y la temperatura estaba bajo cero. La prima de vuelta en Roccaporena, ya había olvidado esta petición la cual consideró como un delirio a causa del dolor, cuando pasando por casualidad cerca del antiguo jardín de la casa marital de Rita, vio una soberbia rosa roja que florecía por sobre la nieve. Ella no cree lo que está viendo. La ventisca es muy fuerte, pero la rosa no es ni siquiera movida por el viento, ante semejante prodigio la recoge y regresa a Cascia para llevársela a Rita.
El 19 mayo de 1457 a Rita se le apareció Nuestro Señor en compañía de la Virgen María y entablaron este diálogo:
— ¿Cuándo, pues, Jesús, podré entrar en tu presencia?
— Pronto, pero todavía no.
— ¿Y cuándo?
— En tres días estarás conmigo.
Rita comenta la aparición y el diálogo a sus hermanas (quienes tomaron debida nota) y todas ellas durante estos tres días oraron incesantemente. Llegado el día 22 de mayo pidió comulgar y recibir la extrema unción. Todas las monjas de su comunidad estaban presentes. Ella pidió la bendición de la abadesa, luego giró su cabeza y falleció. En ese instante todas las campanas de Cascia comienzan a sonar al unísono, sin que nadie las toque. De esto dan fe desde el alcalde hasta los sacerdotes y párrocos que lo hicieron ante notario, y la herida maloliente en su frente se cura repentinamente mientras un exquisito perfume llena la celda. Una monja del monasterio que tenía un brazo paralizado intentó pasar el brazo por el cuello de Rita… Lo consiguió. ¡Está curada! Este es el primer milagro póstumo de Rita. Todo Cascia se vuelca a ver a “la santa”, tanta es la muchedumbre que proviene no solo de Cascia sino de toda Italia, que el ataúd nunca se pudo cerrar y mucho menos sepultar. Es la única “santa insepulta” de la Iglesia. Sus fieles donaron un ataúd pintado con la efigie de Rita el cual aún hoy se puede observar y advertimos que el hábito es notoriamente diferente al que la vemos en estampas y en imágenes. Es que con el paso de los siglos el hábito de las monjas agustinas fue cambiando, por tanto la pintura del ataúd, es el hábito que usaban en aquella época las monjas y fue el que usó Rita.
Si haberse comenzado la causa de canonización 3000 exvotos cubrían la capilla del convento donde se encontraba el cuerpo de Rita. Las más antiguas son de 1458, un año después de su muerte. Un milagro muy documentado ocurrió en 1459 un 25 de mayo Battista d’Angelo, recuperó la vista después de rezar frente a la tumba del santo.
Dada la gran devoción el Obispo de Spoleto autorizó su culto. Fue Beatificada oficialmente por el papa Urbano VIII en 1628 y León XIII la canonizó.
Quien estas letras escribe fue depositario de una gracia de curación por intercesión de la santa de Cascia, la cual paso a relatar: A los pocos días de mi nacimiento y según lo que relataron mis padres, abuelos y padrinos, tuve una septicemia generalizada a causa de una infección. Los médicos ya daban por perdida la batalla por la vida a causa de este mal y avisaron a mis padres y demás preparándolos por el fatal e irremediable desenlace. Mariano Matías Alfieri, mi padrino, recurrirá a pedir lo imposible mi curación; a la santa de lo imposible: santa Rita y hace voto de comprar una medalla la que llevará él hasta el resto de sus días y que otra me la dará a mí si llegare a sobrevivir. Orará con fe, durante varios días hasta que una mañana lo llaman por teléfono y le avisan que estaba sano. Y los médicos no podían explicar lo acontecido y que sobre la gran fragilidad de un niño recién nacido, la septicemia la cual estaba generalizada, hubiera desaparecido de la noche a la mañana. Pero el milagro también alcanzó a que mi padrino cambiara su vida, la cual estaba mal encaminada y falleció lleno de años y de dicha.
Fuente: infobae.com