Día Mundial del Síndrome de Down: “Mi sueño es jugar al fútbol”, el relato de un deseo que se hizo realidad

Día Mundial del Síndrome de Down: “Mi sueño es jugar al fútbol”, el relato de un deseo que se hizo realidad
21 Marzo, 2021 a las 20:30 hs.

El sol se filtra a través de alguna ventana abierta e ilumina una mitad de la cancha. A la otra parte la obligan a brillar unas cuantas sonrisas que de a ratos se ocultan detrás de los barbijos. Primero son tres, después unas diez y pasadas las 15 del viernes no alcanzan los dedos de las manos para contarlas.

Todas se concentran en un solo lugar: la sede del Club Atlético Atlanta, en el corazón de Villa Crespo. Porque, en el cemento de una de las canchas que contempla el predio de Humboldt 540, varios socios se reúnen para disfrutar de una clase de fútbol. “La idea era fomentar el deporte y darles un lugar recreativo a los chicos con discapacidad intelectual”, resume Francisco Lanusse, licenciado en Psicología y uno de los fundadores de la actividad.

“Tirando Paredes”, como bautizaron el proyecto, surgió en septiembre de 2013 bajo el techo del estadio de San Lorenzo. Se mantuvo allí durante tres meses como una prueba piloto y, al año siguiente, la idea promovida por Lanusse y su colega Martín Finzi se consolidó en las instalaciones del Bohemio.

“Empezamos con cuatro alumnos, pasaron a ser ocho y hoy las clases presenciales cuentan con 18 niños y 35 jóvenes. También estamos por retomar las clases por Zoom. Ahí habrá otros cinco chicos y 15 adultos. Con el grupo de iniciación deportiva (de 4 a 6 años) no volvimos a arrancar”, indican los responsables. Además de Atlanta, donde siete profesores trabajan con los dos grupos etarios (de 6 a 13 años, y de 14 en adelante), el proyecto funciona en Deportivo Laferrere, que cuenta con 20 jóvenes inscriptos.

“Nosotros como padres queríamos mandarlo a hacer deporte a nuestro hijo y no encontrábamos el lugar adecuado. Pasamos por varios clubes en donde no había gente capacitada como para llevar adelante el grupo. Y en Tirando Paredes encontramos la contención que necesitábamos”, cuenta Lorenzo Romero, padre de Renzo (11). Más allá de aquel tedio que les produjo la extensa búsqueda, el esfuerzo valió la pena. “El primer día -recuerda- no entendía a dónde venía y las primeras clases en sí fueron difíciles, porque no se encontraba. Era algo nuevo el deporte, el tener que compartir con otros… Ahora ya hace dos años y medio que está y está súper desenvuelto, aprendió a jugar al fútbol y está feliz. Le encanta venir”.

La familia Romero está al frente de un nuevo proyecto: busca extender a otros municipios la dinámica de la actividad en la que se desempeña su hijo. “Tendrían que abrir más lugares así. Falta un poquito más de difusión del deporte integrado. Hemos buscado en San Martín, que es nuestra zona, y no encontramos lo que queríamos. Fuimos a otros municipios también y no era lo que esperábamos”, sostiene Lorenzo.

Entiende que debería haber “compromiso desde lo político” para que las personas con discapacidad intelectual puedan disfrutar de este tipo de actividades. Hoy, con el aval de Tirando Paredes y la colaboración de su esposa, aspira a fundar algo similar en algún club de zona Norte.

En realidad, Francisco y Martín le dieron forma a una idea que surgió en la comodidad del diván. “Faltaba un lugar para entretenerse y hacer deporte. Fue en función de lo que los padres nos iban diciendo también”, repiten a coro. La premisa en la que se encolumnaron es que cada vez existan más lugares donde las personas con síndrome de Down “puedan encontrar más espacios de pertenencia y de juego, pero también de superación personal”, como describe el licenciado Finzi. “Un espacio -completa- en donde realmente se enseñe la práctica. Donde ellos salgan con los conocimientos adquiridos y que después les sirva para todo, no sólo para jugar al fútbol acá”.

A pesar de su vasta experiencia, la pandemia del coronavirus los obligó a empezar desde cero: debieron, al igual que todo el mundo, cranear una nueva planificación y adaptar su cotidianidad a las posibilidades. Fue así como surgió el desafío de dictar las clases de manera virtual, intentando sortear los obstáculos de la plataforma. “Fue difícil inculcar algunas cuestiones. Por un lado estuvo bueno porque ayudó a los chicos a crecer con el uso de la tecnología, pero faltaba esto, el encuentro, el estar juntos y un montón de cosas que son pilares de lo que nosotros hacemos”, dice Lanusse.

La ayuda de los padres no pasó inadvertida: significó un factor clave para que los más chicos pudieran completar las actividades. Los adultos, en cambio, lograron adaptarse cada uno con su dispositivo. Pero el cansancio propio del encierro y de la excesiva cantidad de tiempo frente a la pantalla provocó una merma en la cantidad de alumnos: muchos dejaron de alistarse en las clases. “Venían de muchas obligaciones frente a la pantalla, como el colegio, terapia… A veces a las familias se les hacía difícil, y otras los mismos chicos decían que estaban cansados. Como lo nuestro no es algo obligatorio, lo suspendieron”, comentan los profes. Aunque, así como el número de integrantes de las reuniones de Zoom se fue disminuyendo, creció en la cancha cuando volvieron a la presencialidad en septiembre.

Cynthia Carla Martínez, de 26 años, es una de las alumnas que contó los días para retomar la actividad en la sede. “Acá la pasamos lindo, es todo pasión. El fútbol es lo más importante para mí. Me encanta hacer goles, compartir con mis compañeros… Vengo y dejo todo”, dice. Ser la única chica de la lista, lejos de frenarla, la motiva: llegó a Atlanta hace cuatro años y, a pesar de su fanatismo por San Lorenzo, el azul y el amarillo ya se le metieron en la piel. “Esto es mi vida. Mi sueño es jugar al fútbol”, asegura.

Los compañeros de la joven asienten. Pocas cosas les despiertan la misma alegría que las clases de los viernes. Si bien el proyecto surgió entre psicólogos, el objetivo no es que se convierta en un espacio terapéutico. “Es inevitable”, reconocen los responsables, conscientes de que el deporte en sí lo es. Su prioridad es que los chicos puedan disfrutar de una actividad recreativa y aprendan a compartir y/o convivir con otros.

“Van adquiriendo un hábito saludable y más bien rutinario, que les hace bien a ellos. Una de las cosas que valoramos es hacerlo en un club deportivo. Eso les da la posibilidad de pertenecer, de tener una identidad y estar con otros”, explican. Y, de paso, aprenden jugar para hacerle otro gol a los prejuicios.

Fuente: Clarín

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