De camino a casa —luego de haber horneado pan durante toda la noche y recibir su bono para intercambiar por mercadería— Matías pensaba en qué haría con ese dinero. En su pensamiento no había opciones personales porque lo angustiaba saber que mientras él sigue con sus labores,por ser parte de un rubro considerado indispensable por el decreto que puso al país en cuarentena obligatoria, hay otras personas que desde hace 20 días no pueden “ganarse el mango y que quizás no tendrían qué comer”.
El joven panadero aprendió que la solidaridad es el camino. Es parte de su herencia y crianza. Y desde niño se supo un privilegiado por tener a su familia y un plato de comida esperándolo siempre en la mesa. Nació hace 26 años en la jesuítica ciudad de Alta Gracia, en Córdoba. Vive solo, pero al lado de la casa que comparten su padre y hermano menor. Desde hace 4 años trabaja en el sector panadería de una cadena de supermercados y, al igual que sus compañeros de rubro, recibió un bono de $ 3 mil por integrar el grupo exento del aislamiento social preventivo y obligatorio, en medio de la pandemia por el COVID-19.
“Yo tengo laburo, techo y comida, pero hay muchas personas que se ganan el mango en el día y por esto de la cuarentena no pueden salir a trabajar. Ellos son quienes la están pasando realmente mal. ¿Cómo no ayudarlos?”, reflexiona Matías.
La entrevista se realizó minutos después de que entregara los últimos tres bolsones de comida de los 13 que armó.
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Y cuando el contagio baje y los gobiernos anuncien que ‘¡lo hemos conseguido!’, por favor, no vuelvan a la inmortalidad. No se pongan otra vez el traje de invencibles, de inquebrantables, de insufribles. No olviden lo que sintieron, por favor, sean vulnerables para siempre. Sigan cantando en los balcones, sigan aplaudiendo a la gente que se lo merezca y a nuestros seres queridos. No se olviden que somos humanos, frágiles y cuiden la vida, cuiden al Planeta y a todos los seres del mundo hasta el día de nuestra muerte, como si de esto hubieran aprendido algo.
El párrafo anterior es la transcripción de una reflexión que Matías Siandro compartió en sus redes. “Me gusta mucho escribir, algo que heredé de mi padre, que también era panadero. Quizás algún día estudie algo relacionado con la escritura. Pero también me gusta mucho el diseño gráfico”, dice y cuenta que su trabajo actual lo relaja y le gusta “aunque ya no puedo comer ni una medialuna porque oler tantas me llena”.
“En la panadería soy hornero, estoy toda la noche cocinando pan y armando los pedidos que durante el día se repartirán entre las 11 sucursales del supermercado. Es mi oficio desde casi 10 años″, asegura y cuenta cómo surgió la idea de donar los $ 3 mil.
“Cuando salí del súper con el bono que me dio mi encargado con el recibo de sueldo, en el trayecto a mi casa me puse a pensar en qué hacer con él. Yo vivo solo, pero al lado de la casa de mi papá y mi hermano, por lo que es como si me hubiera cambiado de pieza. Le pedí opinión a mi papá porque si bien a nosotros no nos sobra la plata, tenemos un techo, comida y trabajo; y hay un montón de gente que económicamente está muy afectada, al extremo de no tener para comer. Así fue como decidí cambiar ese bono por mercadería y donarla a quienes la están pasando mal”.
Con la idea en mente, Matías escribió un posteo en un grupo de Facebook que fue armado especialmente para que los vecinos de Alta Gracia puedan compartir novedades relacionadas con la cuarentena.
Su publicación —que termina pidiendo que si alguien está en esa situación o conoce personas que lo estén, lo contacte por mensaje privado— fue compartida por más de 670 personas y miles le dieron el pulgar en alto. Una de las primeras en contactar a Matías fue Emilia Cabral, una vecina que ya había juntado ropas para donar y que le ofrecía su ayuda para repartir las donaciones. “Fue una gran ayuda. No nos conocíamos, pero nos hicimos muy compiches porque ella además de llevar ropa puso de su bolsillo para poder comprar un poco más de alimentos”, agradeció el joven. Juntos armaron 13 bolsones de comida que repartieron en 2 días a personas realmente necesitadas.
Pero Matías también pensó en los perritos callejeros del barrio. “Una conocida trabaja en ADMA (Amigo del Mejor Amigo) donde rescatan perritos de la calle y le dan de comer a muchos, así que como ellos son siempre los más olvidados le pregunté a ella si le vendría bien que le donara alimentos para que les reparta y compré una bolsa de balanceado de 15 kilos”.
El joven que trabaja todas las noches horneando pan se conmovió mientras llevaba las donaciones. “Fueron 13 personas, yo no las seleccioné sino que fueron las que escribieron primero y se notaba muchísimo que realmente necesitaban esa ayuda porque estaban pasando por necesidades. Una se llama Silvia, una mujer de unos 70 años que tiene cáncer y vive sola. Me contó que está gastando mucho en medicamentos”.
Fue una vecina de Silvia, que tiene una pequeña huerta, la que le avisó a Matías sobre las necesidades de la mujer que, en agradecimiento les regaló 4 zapallitos de su jardín a los jóvenes solidarios.
Matías cuenta a Infobae que con su nueva amiga Emilia están pensando en seguir con acciones solidarias y se ilusiona pensando en que, quizás, se sumen algunos de los otros vecinos que también ofrecieron ayuda.
“¿Sabés qué me sorprende? —me pregunta— Que muchos medios locales, aquí en Córdoba, me hayan hecho notas por lo que hice, me asombra porque me doy cuenta que ser solidario sigue siendo noticia porque no es algo habitual, que se sigue viendo como algo raro. A mi no me importa hacerme conocido, deseo que esto sea contagioso porque ¿sabés qué me da pena? Ver que pese a lo que estamos pasando sean pocas las personas solidarias”.
El tono de voz de Matías cambia. Reflexiona, habla como un hombre mayor que vivió y mucho. Lejos está del imaginario de un joven que en 2020 tiene 26 años. “Tengo valores que me enseñaron en mi casa y que también aprendí en la escuela. Mi viejo tiene un corazón enorme y cuando le conté la idea de donar el bono que me dieron en el trabajo, me dijo que estaba muy bien que ayude a quienes no tenían para comer. Él colabora en una iglesia y estuvo preguntando por ahí quién realmente necesitaba ayuda”, asegura.
La cuarentena no cambió mucho la cotidianidad del joven panadero. Trabaja todas las noches, ahora solo frente al horno y no se considera un chico muy sociable. “No soy muy de salir, me gusta estar en mi casa y compartir con mi familia”, cuenta a la vez que reconoce que sí hay algo que extraña.
“Hace poco con mi papá nos compramos un auto, a medias, y extraño ir a pasear juntos. A mi me gusta mucho manejar en la ruta. Tanto así que los fines de semana nos íbamos a tomar mate a Villa Carlos Paz, ¡se nos había hecho costumbre”, dice y se ríe de algún recuerdo que no comparte, pero admite que ese auto es la recompensa de años de trabajo y ahorro de los dos.
Sobre el final de la entrevista, una amena charla, casi de café, le pregunto qué será lo primero que haga cuando levanten la cuarentena. Después de un suspiro y una sonrisa, responde: “Cumplir un pequeño sueño que tengo: ¡Conocer Capilla del Monte! Hace mucho tengo ganas de conocer el Cerro Uritorco. ¡Ese el primer lugar al que voy a ir! Dicen que es un lugar muy especial, muy tranquilo y hermoso; y a mí me gusta mucho la tranquilidad y el senderismo. Así que ese es mi plan”.
Fuente: Infobae.