Los vidrios de transparencia vetusta no impedían ver el precipitar de hojas marchitas hacia las silenciosas veredas desparejas.
Era una tarde del triste otoño porteño y la redacción se aprestaba a discutir los temas de la próxima edición.
– Che, ¿ está confirmado el viaje de Cortázar a Buenos Aires?
-Sí, salió publicado esta mañana en La Nación, en Clarín y también La Prensa, mirá aquí está, sale esta noche desde París…
– Es muy loco tirarnos un lance e invitarlo al Luna Park para ver la pelea del sábado?, propuse prudentemente.
-¿Y quiénes pelean…?, se me preguntó.
–Pelea un pampeano que se llama Miguel Ángel Castellini, pega muy fuerte, entrena duro, el otro día lo ayudó a hacer guantes a Monzón para la pelea con Briscoe y el Negro se enojó por que le metió un gancho muy fuerte abajo; Tito Lectoure (el empresario del Luna) lo quiere meter en el ranking mundial y le trae para el sábado a un norteamericano de segunda serie, un tal Doc Holliday.
-¿ Ustedes creen que realmente le interesaría a Julio Cortázar ver esa pelea?, se preguntaban escépticamente mis compañeros de la revista El Gráfico.
– No es solo la pelea –me animé a responder- es volver a sentarse en una butaca del Luna Park una noche de sábado, es evocar aquella virginal emoción de su niñez cuando escuchó por radio la Firpo-Dempsey a los 9 años en Banfield y escribió en “Circe”: ‘vino la pelea Firpo-Dempsey y en cada casa se lloró y hubo indignaciones brutales, seguidas de una humillada melancolía casi colonial’. Es llevarlo a la casa donde El Torito (Justo Suárez) se convirtió en el primer ídolo del boxeo argentino; aquello que inmortalizó en su cuento: ”…que le vas a hacer, ñato, cuando estás abajo todos te fajan. Todos, che, hasta el más maula. Te sacuden contra las sogas, te encajan la biaba. Andá, andá, qué venís con consuelos vos. Te conozco, mascarita. Cada vez que pienso en eso, salí de ahí, salí. Vos te creés que yo me desespero, lo que pasa es que no doy más aquí tumbado todo el día. Pucha que son largas las noches de invierno, te acordás del pibe del almacén cómo lo cantaba. Pucha que son largas… Y es así, ñato. Más largas que esperanza de pobre”.
-Todo bien, pero ¿cómo lo invitamos, como llegamos hasta él?, fue la pregunta recurrente.
Alguien entonces sugirió sabiamente: “en la revista Gente colabora Alberto Mario Perrone, él es muy amigo de Cortázar y está vinculado al mundo de la literatura y de las editoriales; ¿por qué no se lo pedimos a él?”.
Este maravilloso amigo interpretó rápidamente que el pedido era factible pues conocía la afición de Cortázar por el boxeo y hasta creo que nos mostró la foto donde se lo ve al autor de “Bestiario”, “Rayuela”, “Historias de Cronopios” , “Modelo para armar”, vestido de boxeador junto a su amigo y coautor de “ El ultimo combate”, Julio Silva. El imprescindible autor posó nada más que para la foto, pero simbolizó con ello su indisoluble empatía con el boxeo.
La idea se había concretado pues Cortázar aceptó ir al Luna Park el sábado 7 de Abril de 1973 y escribir una columna sobre la pelea entre Miguel Angel Castellini y Doc Holliday que la revista El Grafico publicaría en su edición 2792 del 10 de abril.
El célebre escritor ingresó al Luna Park un poco antes de las 22.30. Se advertía en su rostro de negro barbado con solo una parte de los pómulos y la barbilla al descubierto, un rictus de nostálgica felicidad con la leve sonrisa que retrotrae al mejor tiempo, el pasado. Hacía 22 años que Cortázar no iba al Luna Park donde las peleas para él eran menos importantes que ver a dos hombres luchando noble y deportivamente bajo reglas de igualdad, tal su visión reiterada sobre el boxeo.
Su imponente presencia generó murmullos entre el público del ring side que con mas curiosidad que erudición estiraba el cuello o se ponía de pie para ver mejor al premiado escritor.
Cortázar llevaba puesta una chaqueta larga de gabardina impermeable con seis bolsillos, un pantalón de lana gris, la camisa era oscura y sin corbata -lo que era todo un acontecimiento para aquellas elegantes veladas de los sábado por la noche-, unas botas de media caña con visible suela de goma y un permanente cigarrillo Gauloises de tabaco negro e inconfundible aroma de bohemia entre los dedos índice y anular de la mano izquierda, ideal para los primeros planos del incesante desfile de fotógrafos.
El Luna Park estaba lleno. Es que hacía menos de dos años Castellini había aparecido como “primo cartello” anestesiando rivales. Hasta ese sábado se había impuesto consecutivamente en las 18 peleas anteriores. De esas 18 había logrado 16 nocauts y en las últimas 6 requirió solo 13 rounds de los 62 programados para liquidar sus pleitos.
Fue por ello que cuando subió al ring del Luna Park las tribunas, cubiertas totalmente, fueron a ver cómo Castellini derrotaría por nocaut al estudiante de historia de la Universidad de Columbus, Ohio, Doc Thurman Holliday. Un moreno flaco, de 1,85, que traía en su equipaje nada más que libros de estudio – el lunes rendiría una materia – y el magro récord de 16 peleas con 12 triunfos y 4 derrotas.
En la fila 2 del sector A con Perrone a su lado, Cortazar vio la pelea. Esta se fue prolongando hasta tornarse aburrida por sus acciones previstas y reiteradas. Lo único que pareció perturbar la concentración de Cortázar fueron los gritos de Ringo Bonavena, muy amigo de Castellini. Es que ellos dos junto a Galíndez formaban una especie de “bandita” enfrentada subyacentemente a otra que integraban Monzón, Nicolino y Accavallo. Inexplicadas cuestiones que genera la empatía; se da o no se da; cae bien o cae mal…
Tal como lo habíamos pactado, el domingo 8 de Abril de 1973 a las 11.45 hs Perrone llevó personalmente a la redacción el texto escrito sobre una hoja de grueso papel blanco por el genial Julio Cortázar con su firma ológrafa al pie.
Su columna sobre la pelea la tituló: “El triunfo con algunas nubes” y el texto fue el siguiente:
“Como es lógico, el público fue a ver ganar a Castellini. Como también es lógico, Castellini ganó. La única cosa ausente en tanta lógica fue lo que justifica y da su auténtica belleza al deporte: la alegría. A la victoria del argentino le faltó todo, salvo la fuerza del punch, y ni siquiera éste pudo definir una situación que por lo menos dos veces se volvió crítica para Doc Holliday. Fue una victoria chata, sin nada que permitiera festejarla como se esperaba.
Frente a Castellini hubo un hombre que en buena ley deportiva merecía los aplausos que tan sin ganas cosechó el vencedor. Pero Doc Holliday fue además otra cosa: el símbolo amenazante del futuro. Si Castellini no aprende todo lo que le falta aprender, de nada le valdrán las interminables instrucciones que le gritaba Ringo Bonavena.
En la actualidad no faltan los Doc Holliday a la espera de su hora y algunos, además de la alegre y clara técnica del yanqui, tienen punch. Cualquiera de ellos puede malograr la carrera de Castellini si éste no se decide a convertir la potencia física en ese mecanismo más complejo y eficaz que define a los grandes boxeadores, y que da a sus victorias el esplendor que tanto faltó anoche”.
Han transcurrido desde entonces 47 años y aquella columna escrita por Cortázar es una de las cientos de piezas históricas que Castellini exhibe en una de las paredes de su gimnasio de Viamonte 657, lugar en el que diariamente entrenan 30 personas con el único propósito de aprender defensa personal.
-¿ Te dolió aquella critica en su momento?
-No, dice y agrega con firmeza y lucidez a pesar de un ACV seis veces reiterado – que lo sorprendió en la costa cuando se hallaba de vacaciones con su mujer Karina en Enero del 2012- “esa columna de Cortázar me ayudó, me desafió para luchar hasta lograr ser campeón del Mundo”.
Castellini refiere a que después de Holiday comenzó una segunda etapa de su carrera en Europa, se consagró en París y se consolidó en Milán al ganar cinco peleas consecutivas por nocaut y una por puntos.
Tres años mas tarde, el 8 de Octubre de 1976, logró el campeonato mundial de los medianos juniors al imponerse al español José Duran en el Palacio de los Deportes de Madrid. Fue un triunfo amplio e indiscutido. Aunque nuestra salida del estadio se tornó dramática pues los españoles –hinchas de Duran- querían la “revancha” con cuanto argentino se cruzara.
-Esa noche ¿ tuviste presente la columna de Cortázar, esa parte final en la que dice : “En la actualidad no faltan los Doc Holliday a la espera de su hora y algunos, además de la alegre y clara técnica del yanqui, tienen punch. Cualquiera de ellos puede malograr la carrera de Castellini si éste no se decide a convertir la potencia física en ese mecanismo más complejo y eficaz que define a los grandes boxeadores, y que da a sus victorias el esplendor que tanto faltó anoche?”
-No, para nada. Muchas veces busqué en los estadios de París a ver si veía a Cortázar para charlar con él, hubiera sido extraordinario…Pero la verdad es que cuando gané la corona sentí que él con su critica fue parte de mi título mundial.
Este hombre valioso – padre de Miguelito, Aldana y Maximiliano- que hoy tiene 74 años fue un boxeador de condiciones técnicas excepcionales y mortificante pegada. Entrenaba como pocos y razonaba todas sus peleas como ningún otro boxeador llegándose a preguntar antes de subir a un ring: ¿por qué estoy aquí? Esta disyuntiva siempre le generó conflictos internos que le quitaron aquella brillantez de la que habló Cortazar.
Fue el 5 de Marzo de 1977 cuando perdió la corona mundial frente a un suboficial del ejercito nicaragüense llamado Eddie Gazo, protegido del dictador Anastasio “Tacho” Somoza. Mas de la mitad del público que colmaba aquella noche el Estadio Nacional de Béisbol de Managua, eran miembros de la temible Guardia Nacional e ingresaron al estadio con sus uniformes, sus armas y su botellita de cerveza Toña. El clima resultaba aterradoramente hostil: no había ni banderas ni papelitos; el sonido previo eran tiros al aire, subrayados por los vivas a Gazo y a Nicaragua.
Castellini, quien se había entrenado tres veces por día –mañana, tarde y anochecer- durante los últimos 25 días, subió al ring preguntándose, ¿qué hago aquí, en medio de esta locura?. Y en el descanso entre el 5 y el 6 asalto, un uniformado trepó dos peldaños de la escalerilla correspondiente a su esquina y desde allí le gritó metralleta en mano: ”… o te gana Gazo o te mato yo…, carajo”.
Al cabo de los 15 rounds, atormentado, consumido por sus propios nervios, mentalmente ajeno a la pelea, perdió por puntos . Y nosotros, los enviados especiales, nos arrojamos bajo las butacas del ring side pues al conocerse tan esperado fallo el espacio se llenó de un aterrador e interminable sonido de calientes metralletas disparadas al aire en el apogeo del desdén.
Por cierto que luego se hizo la revancha en el Luna Park -9 de Septiembre de 1980- y Castellini ganó por nocaut técnico en el el 9° asalto. Era largamente superior al cabo Eddie Gazo quien fue ascendido a sargento después de aquel primer combate en Managua.
En el gimnasio de Castellini está su familia y su historia; el todo de una vida. Allí están exhibidos los guantes que Galíndez utilizó en su memorable triunfo ante Richie Kates en Sudafrica y que después de 43 años fueron a parar azarosamente a las manos del entrañable amigo y prestigioso colega Osvaldo Príncipi quien los restauró y se los entregó en la ultima Navidad con una cartita escrita por el malogrado Galíndez para su amigo el Loco Castellini. Tambien allí están las fotos, los guantes, los trofeos y el timbre del Luna Park que llamaba a pelear, sufrir y soñar.
A Castellini ya no le queda ningún vestigio de su pelo castaño claro, ralo arriba largo abajo. Tampoco la lozanía de su cara fresca y vivaz; de su anatomía entera, estética y armoniosa. Habrá que restaurar el daño cerebral para que vuelva su gesto emocional, la energía de su voz y sus enojos para siempre, por un rato.
Nada volverá
Pero nadie le quitará la distinción de haber quedado inmortalizado por Cortázar como Firpo-Dempsey, como el Torito Suarez, como Mantequilla y Monzón, como Muhammad Alí…
Para siempre.
Por Cherquis Bialo para un Especial de Infobae.