Tenían 11 y 12 años. Sus conocidos las definen como tímidas, estudiosas y fanáticas de Boca y el hockey.
Benavídez está en silencio. Las calles inhóspitas, las plazas desérticas. Por las ventanas de las casas se pueden ver los televisores encendidos. En cada pantalla se repite lo mismo: los canales repasan los detalles del trágico vuelco del micro en Lezama. En ese colectivo iba un contingente de chicos de esta ciudad, ilusionados por viajar juntos a la Costa. El accidente provocó la muerte de dos chicas, Delfina Del Bianco (11) y Mía Soledad Morán (12).
Eran mejores amigas. Por eso eligieron sentarse juntas en el micro que las iba a llevar a San Clemente. Fueron al piso de arriba, al fondo.
“Eran tal para cual: tímidas, estudiosas, hinchas de Boca e incipientes jugadoras de hockey en el Ranch Sports”, cuenta Rogelia, que administra un multikiosco en la Avenida Peron al 6000 llamado La Paz, justo enfrente de la casa de Delfina.
“Ayer vino Silvia, la mamá de Delfina, a comprar algunos dulces para hacerle el paquetito a la hija para el micro. Estaba rara, llorosa, porque no estaba del todo convencida de que Delfi viaje. Se despidió diciendo: ‘No me des bola, soy una tonta’. Ahora tiemblo recordando la conversación”, cierra Rogelia, visiblemente conmovida.
María vive al lado de la casa de Delfina. No quiere hablar, pero comparte sus sensaciones, como si hiciera catarsis. “Necesito sacarme el dolor que tengo en el pecho. Conozco de toda la vida a la familia, los papás Silvia y José, muy laburadores, a sus hijas. A Delfina la vi nacer. Un ser celestial, una chica muy hogareña, apegada a sus padres, una nena dulce y cariñosa. Para ella el mejor plan era ir a jugar al hockey”, afirma.
María, que se cruzó a la casa de los Del Bianco para darle de comer al perrito de Delfina, no cae en la cuenta de lo que sucedió: “Su hermana mayor se enteró a media mañana, ella estaba trabajando en un local de ropa y el dueño vio en la tele las escenas de lo que pasó en la ruta 2 y le dijo que se fuera”.
Tanto Rogelia como María hicieron énfasis en un dato. “Delfina cambió de colegio. Estuvo en el Estrada hasta el 2018 y este año empezó en el Vera Peñaloza”, había comentado Rogelia. Ella no quería el cambio, pero se adaptó rápido y consiguió buenas notas: “Siempre fue una buena alumna, destacada, que todavía no tenía claro qué quería estudiar”.
A 15 cuadras de allí, sobre la calle Perú al 2100, hay un terreno con dos casas. En la de adelante viven los Morán, Jorge y Belén, Mía y su hermano. En la de atrás Natalia (25), hermana de Belén y tía de la fallecida Mía.
“Estoy muy descompuesta, tuve un pico de presión”, se excusa Natalia. Se va, pero vuelve al instante. “Estoy hecha mierda. Anoche Mía vino a mi casa para que le hiciera la planchita, quería tener el pelo lacio para el viaje. La loca estaba ansiosa con el viaje, muy embalada, y como siempre se quería ver divina”, describe con los ojos conmovidos su tía.
“La coquetería antes que nada. -agrega- Podía caerse el mundo que Mía estaba impecable, perfumada, el brillito en los ojos, los aritos, la pulserita. Yo la jodía, pero ella me decía que quería ser diseñadora de indumentaria”.
Respira hondo Natalia al describir a su sobrina como “una piba tranquilita, inocente, pero ninguna boba. Tenía carácter y era muy competitiva, si no la ganaba la empataba. Ah, era una fanática bostera y festejó el triunfo de Flamengo con la remera de Boca”.
Yasmila Stohr, entrenadora de hockey del club Ranch Sports, tampoco podía creer la trágica noticia con la que amaneció este jueves.
“Justo el martes felicité a Mía porque había tenido una acción individual muy destacada, en la que amagó y definió muy bien. Y como es muy calladita y tímida, se lo dije y estaba entusiasmadísima. Este viernes volvía a entrenar porque el sábado teníamos un partido contra un club de José C. Paz”, repasa Yasmila. Y recuerda a Mía como una “chica menuda, frágil a simple vista, pero aguerrida y combativa “. (CLARIN)