Raquel Barabaschi en la Subzona14 II: “Yo quiero preguntar ¿si servicio a la patria es abusar de una chica de 20 años?”

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27 Septiembre, 2017 a las 12:15 hs.

Raquel Barabaschi relató las torturas y los abusos que sufrió cuando fue detenida en 1976. “Baraldini nos dijo que no éramos mujeres, que éramos irrecuperables para la sociedad, porquerías de personas y subversivos”, relató.



En la mañana de ayer se desarrolló una nueva audiencia en el juicio por delitos de lesa humanidad conocido como Sub Zona 14 II.

Al comienzo de la audiencia, el TOF rechazó el pedido de los represores para no presenciar los testimonios. Uno de los acusados, Nestor Greppi, faltó sin dar explicaciones y Oscar Fiorucci tampoco estuvo presente, algo que fue cuestionado por uno de los abogados querellantes, Franco Catalani.

“Fiorucci dio apto clínicamente y psíquicamente, esto está saldado. Puede ser atendible algún caso. Como alternativa lo que proponemos es que se cumpla con el paso procesal de indagatoria. Los exámenes dieron apto y no hay ningún motivo para apartarlo”, reiteró.

Luego llegó el turno de la declaración de Raquel Barabaschi. “Agradezco poder estar acá nuevamente a 42 años de los hechos por lo cual soy víctima”, dijo y relató al tribunal:

“Luego de egresar en 1974, en 1975 había una comisión para regionalizar la Universidad Tecnológica. Armamos un centro de estudiantes, del cual formaba parte. Era una universidad obrera, porque todos venían de trabajar. Era una construcción colectiva para toda la sociedad, en la esquina de las calles 32 y 3”, recordó.

“En ese contexto aparece el dirigente sindical Aragones, intentando cooptar el movimiento. Empieza con acciones desde Bahía Blanca para combatirnos. Vinieron dos personas armadas.

Allí iniciamos una toma pacífica. Se hizo una presentación en el Juzgado Federal. Y entran las fuerzas represivas a desalojarnos en horas de la noche”, dijo.

Luego del desalojo, Barabaschi es trasladada a Santa Rosa. “Nos toman los datos y las huellas dactilares y nos inician una causa a los alumnos y docentes que participaron de la toma”, dijo.

“El MoFePa sacaba comunicados firmados por Alfredo Cayre y Rodolfo Rogero en La Reforma en donde pedían nuestra liberación, pero que pedían que seamos  ‘reorientados’ porque nos consideraban personas ‘no pensantes’”, explicó.

“ Una vez liberados de la Seccional 1era, fueron despedidos nuestros docentes, y luego fuimos agredidos por quienes estaban ahora en la Universidad. Nuestro decano Agaya, es secuestrado y lo pasean por todos los penales del país”, describió.

“En diciembre del ‘75, íbamos a viajar a América (donde vivían los padres de Rosalín Gancedo), Ricardo Calvo se quedó acompañándonos hasta tarde, porque veíamos policías y soldados en la calle. A las dos y media voltearon una puerta y entró una patota militar y policial. Uno era Baraldini, Taboada y los dos comisarios Schefer y Campagno. Y los soldados. Con armas largas apuntándonos. Nos sacaron a los empujones. Revolvieron todo, nos insultaban, buscaban armas, preguntaban a qué célula guerrillera pertenecíamos, si éramos montoneros”, dijo Barabaschi.

“Obvio que no encontraron nada después de dos horas y de dejarnos todo para pata arriba. Nos rompieron los trabajos que teníamos en el tablero. Nos dijeron que no podíamos salir de la ciudad. Estábamos muy atemorizados, no viajamos y vino la mamá de Rosalín. A la noche vuelven, otra vez toda esta banda, esta patota, en la esquina estaba Cobuta, había una tanqueta, había soldados arriba de los techos, habían cerrado la manzana. Forzaron una ventana, y la mamá de mi compañera les gritó desde adentro. Le dijeron que era un operativo conjunto a cargo de Cobuta. Se identificó Taboada. Le abrió la puerta, ingresaron, otra vez y estaba Baraldini, venían vestidos de civil”, agregó.

Barabaschi explicó que “me venían a detener a mí. Como era menor, quería que por lo menos alguien de la familia supiera. Fueron hasta la casa de mi novio, Luis, para cuando vuelve ya me habían llevado detenida. Se van a Pico. Gil, que era diputado, va a la comisaría. Me trasladan a Santa Rosa en un patrullero, y en vez de venir por la ruta habitual, vienen por un camino vecinal, y a mitad de camino, paran, me hacen bajar, y me dicen que me podrían matar ahí mismo y nadie iba a investigar. Me dijeron que por ahí iban porque un comando guerrillero me iba a rescatar”.

“Llego a la Seccional Primera, me encierran y luego me interrogan a cara destapada. El que hace el interrogatorio es Reinhart . Entraban y salía gente, entre ellos Cenizo, a quien conocía porque había estado en alguna oportunidad en la casa de mi abuela. También ingresó Fiorucci en esa oportunidad”, dijo.

“Cuando vinieron a preguntar por mí el diputado Gil, mi compañera Rosalin y mi novio, le dijeron que no me podían ver porque estaba incomunicada. Cuando allanaron la casa no presentaron ninguna orden, y aseguraron que era la forma de operar de ellos, recordó.

“Yo estaba estudiando para rendir, mi compañera me saco permiso de examen, quedé en libertad 2 días antes del examen, fui a rendir, aprobé, fue gratificante porque pude estudiar y aprobar”, afirmó Raquel Barabaschi.

“Pero tristemente fue la última materia que pude rendir de mi carrera porque ese fue el principio del fin.  Nosotros continuamos con la militancia, informando a la gente que lo poco que habíamos construido en los años de la facultad, esta gente la destruyó en pocos meses. Inclusive juntamos más de 2000 adhesiones”, dijo. “Veíamos que la situación se agravaba cada vez más, compañeros en La Plata y otros lados eran detenidos”, añadió.

EL GOLPE DE ESTADO Y LA TORTURA

“El  día del golpe de Estado a nosotros nos vuelven a allanar la casa y nos detienen. Me suben a un celular (auto). Estaba Victorino García allí, que estaba luchando para conformar la cooperativa eléctrica”, indicó.

“Cuando Reinhart  me interroga, me pregunta no solo por mis compañeros sino también por esta gente. Cuando le pregunté de qué era esa lista, me respondió que era parte de las cosas que había que poner en orden en la provincia. Toda esa gente que figuraba en aquella lista del 75, éramos los mismos que volvíamos a ser detenidos”, dijo Barabaschi.

“Entonces le pido al policía que manejaba la camioneta que pasemos por mi casa a buscar una campera y mi documento, avise a mi compañera que me llevan detenida. Llegamos a la Seccional Primera, y junto con nosotros empezaron a traerá más gente, Zelma Rivoira,  Audisio,  Canciani, y otros. En el barrio Pampa había casas para chicos que estaban becados en la universidad. Ahí hicieron una razzia y se llevaron a todos detenidos.  Escuchamos también que Aragones en ese momento pidió que le devolviera a dos de ellos, diciendo que ‘era de los nuestros’”, acusó.

“Luego nos trasladan a la U4. Pude ver a la señora Vivas de Ojeda y al señor Tompsen.  Me llevan a una celda en donde estaba Mireya Regazzoli, ella nos contenía, me prestó un libro que era de su padre (El Martín Fierro). De ahí me sacaron a las pocas horas y me llevaron a una oficina, no tenía colchón, nada, tenía que estar en el suelo, tenía que golpear fuerte para que me escuchen para ir al baño. Una noche trajeron a una señora de apellido Rodríguez, estaba muy maltrecha. Se acurrucó en un rincón”, contó Barabaschi.

“En las noches escuchábamos gritos desgarradores de personas desde la planta alta. Y una música muy fea, yo digo que era música sacra. Por ese motivo no se podía dormir, con el silencio que había en las celdas todo se escuchaba y se percibía más nítido”.

“Esa oficina da a un pasillo con dos escaleras a la planta alta, de una de ellas lo bajaban a Cholo Covella, estaba totalmente destruido, ensangrentado, los hombros hinchados, era muy impactante, parecía una película de cine mudo porque nadie hablaba”, dijo.

“Esto se repitió en otra oportunidad, con Gil y el Negro Calvo. Fue espantoso, ellos lo hacían para intimidarme, para mostrarme que era lo que me podía pasar. A la noche viene la celadora, Nilda Estor, y venía un Policía de apellido Gualpa o Gauna, no recuerdo, que traía un par de esposas”, dijo.

“La celadora me venda los ojos con un pañuelo rojo, el oficial me esposa, me saca me conduce por la otra escalera, me recibe otra persona, inmediatamente me aplican una trompada fuerte en el estómago y me caigo al suelo, me levantan me sientan en una silla, y me vuelven a esposar con las manos por detrás de la silla, se escuchaban pasos, distintas voces, enseguida empiezan a desvestirme, me quitan la blusa, el corpiño, el pantalón y me empiezan a manosear”, contó.

“¿Yo quiero preguntar si servicio a la patria es abusar de una chica de 20 años? Yo le pedí a mis hijos que no vinieran a esta audiencia para que no volvieran a pasar por esta situación. Lo que no vi es si estaban presentes todos los valientes que nos hicieron lo que nos hicieron”, criticó.

—Fiscalía: recuerda quien fue?

—Puedo dar fe que estaba Reinhart , por la voz y por el olor, todas las víctimas lo conocíamos. También Fiorucci. Sé que estuvo Baraldini también, porque Reinhart  me quita la venda de los ojos y me pone un cigarrillo en la boca y me lo prende. Yo lo conocía porque era quien había sido el que me iba a secuestrar.

Barabaschi continuó: “durante el abuso, alguien grita esta es ‘tortillera’. Yo desconocía el significado de la palabra y nosotros como estudiantes y jóvenes teníamos otra mirada. Mucho tiempo después cuando me liberan, le pregunto a mis compañeros con mucho pudor y me explicaron que era ser lesbianas”, dijo.

Luego de una pausa, el relato continúa:

“Me vuelven a pegar, me preguntan por una célula terrorista, que quien había matado al policía del aeródromo. A todo respondía que no, porque nosotros no éramos ni guerrilleros, ni terroristas, antes de que llegaba el terrorismo de Estado a La Pampa dormíamos con las ventanas abiertas y era todo tranquilo”, agregó.

“Me preguntan ¿conoces la picana? Ahora la vas a conocer y pusieron en marcha algo que parecía un soldadora, y lo primero que hicieron fue poner la picana en las esposas, que distribuyó el golpe de corriente por todo el cuerpo, luego me picanearon al costado del ojo izquierdo, me abrían la boca y me metían la picana en la boca, mientras alguien me sostenía la lengua. Después en el estómago y en los pechos”, declaró.

“Después de toda esa sesión de tortura con picana, se ve que tomaban porque había olor a alcohol y se sentía ruido a hielo en un vaso. Me quitan la venda y me levantan de la silla y me recibe la celadora y me devuelven a la habitación donde me detenían.  Pedí agua y la celadora me dijo que no podía consumir agua por 48 horas”, relató.

“La señora Toldo me traía paños y lloraba conmigo porque estaba conmocionada. No podía reconocer mi cuerpo, porque tenía los pechos destruidos, los pezones, el estómago azul, todas las manos marcadas”, agregó.

“Me llevan a otra sala con otras mujeres, quien nos atendía ahí era Elsa Flacha, y pude comunicarme con mi compañera Rosalín”, añadió.

Los domingos sentíamos un profundo alivio, porque no venían, y sentíamos alivio porque escuchábamos el ruido de los niños y las hamacas en un parque que había afuera. Una alegría dentro todo lo que fue vivir eso”, dijo.

Barabaschi agregó: “cantábamos Zamba de mi Esperanza.  Un fragmento cada una, para saber que estábamos todas. Un día no cantó ninguna más. Y supe que estaba sola, hasta que me dijeron que me quede tranquila que habían quedado en libertad. Libertad entre comillas porque era bajo vigilancia. La que peor la paso fue Graciela Espósito”, dijo.

“A mí me vuelven a sacar y llevar a la planta alta y me repiten la misma sesión que en la anterior. Fueron 4 en total, no las voy a repetir, pero el procedimiento fue el mismo. Pero en una oportunidad hubo una situación distinta, en donde pusieron corriente que sentía que subía por mi pierna hasta mi vagina, como yo no había podido ir al baño, me oriné, ellos ponían la picana en el charco. Mis zapatillas quedaron todas mojadas, Graciela Esposito me prestó unos mocasines”, dijo.

“Otro día traen a Estela Maris Barrio, muy maltrecha, destruida. Éramos como hermanas, compartíamos el aula, el trabajo, la lucha, y hoy no está para que haya justicia para ella, porque murió lamentablemente, y cuando fue secuestrada, 5 de ellos la violaron. Esto fue tremendo, porque nuestra militancia era colectiva, y lo que nos pasaba a uno nos pasaba todo”, relató Barabaschi.

“Yo sentí que tenía que fortalecerme para dar testimonio por tantos otros que sufrieron y no pueden hoy darlo. Luego me cambian de celda y tenía por costumbre venir el comisario Guevara Núñez, de manera muy cínica, porque se hacía el bueno, me acariciaba me decía que tenía una hija con mi nombre. Me dijo quienes me habían torturado, además de Reinhart , Cenizo y Fiorucci, a Reta, Marenchino, Yorio, Constanino, Baraldini ya sabía que estaba, aunque él me lo negó. Intentaba protegerlo, dijo.

“Comíamos muy mal. Porque la comida que traían los familiares desde afuera no la dejaban ingresar.  Un día pedí un médico y apareció Perez Oneto a revisarme, me tomó la temperatura y yo tenía 40° de fiebre, le mostré mis pechos y el estómago torturado, y le dieron una receta a mi hermana para que comprara unos comprimidos. No me dieron nada para las lastimaduras, y me dijo algo así como ‘ahora no se las aguantan’. No sé qué teníamos que aguantarnos, tenía una libreta y no sé qué anotó. Mi hermana había pedido licencia en su trabajo para preguntar por mí en la cárcel. Ella también fue víctima, le allanaron la casa, revolvieron y dieron vuelta todo. Igual que la casa de mis padres. Compañeros me dijeron que los libros también eran considerados subversivos, por lo que los enterraron en el campo de mi papa y mamá”, dijo.

“Un día nos sacan y nos llevan a ver a Baraldini. Nos dice que no éramos mujeres, que éramos irrecuperables para la sociedad, porquerías de personas, subversivos, y nos dijo que quedábamos en libertad pero no podíamos volver ni a Pico ni a estudiar a la Facultad. Si yo salía del campo tenía que pasar por la comisaría a avisar  cuanto iba a estar y cuando volvía”, dijo.

“Salimos con mi compañera y nos tomamos un taxi. Me fui en colectivo a Winifreda, con toda mi ropa sucia, porque ni nos dejaban bañarnos. La gente dentro del colectivo ni me dirigía la palabra, eran todos conocidos. La gente en la calle antes de llegar a la casa de mi abuela se cruzaba de vereda. Cuando llegue estaban mi hermana, mi madre y no pude ni abrazarlas, solo les mostré mi cuerpo para que vieran como estaba”, dijo Barabaschi.

“De ahí volví al campo, y tenía que pasar por la comisaría a avisar. Además, el comisario que era de apellido Otalora, alcohólico, le pedía a mi familia que le llevaran cosas. Era horrible vivir en ese lugar, sobre todo para mis hermanas, porque los padres no dejaban juntarse con sus hijas”, recordó.

“Mi hermana se viene a Santa Rosa buscando un poco de aire, se pide 1 año sin goce de sueldo, alquila una casa, consigue trabajo en la administración privada, y yo sentía que no podía vivir más de esta manera y me tomo un colectivo y me vengo a Santa Rosa. Al día siguiente llega un policía con una citación que tenía que ir a la Seccional Primera, mi hermana me acompaña y dice que se va a quedar a cargo mío y me fijan el domicilio con ella. Ellos se habían apoderado de nuestras vidas y nuestras decisiones”, dijo.

En un fin de semana que viene a verme mi novio Íbamos en auto, y la hija menor de Fiorucci nos choca, y lo llevan a él detenido por horas. Luego apareció que el que manejaba era Fiorucci, y tuvimos que pagar nosotros”, recordó.

“En el 83, el 10 de diciembre asume Alfonsín y el 15 nos casamos en Winifreda, en el club de campo y volví a vivir a General Pico. Ahí ya la facultad no era lo mismo, no estaban mis compañeros, mis profesores, no estaba la carrera, y al poco tiempo fue cerrada esa Universidad, que hubiera sido un bien para toda la comunidad. La perdimos para siempre, fue a una de las cosas más dolorosas que me pasó, fue una perdida colectiva”, dijo.

“La vida tampoco fue fácil en democracia. Tratábamos de olvidar lo pasado, que nadie se enterara de cual era nuestra historia, porque sino, no conseguíamos trabajo. En Santa Rosa no pude conseguir trabajo”, recordó.

“En General Pico consigo trabajo en la empresa que iba a hacer la obra del agua. Ahí también me llega una citación de la Policía, tuve que esconder que pasaba eso. También teníamos prohibido encontrarnos”, dijo.

“El comisario Trouil pidió que declararámos, yo lo hago con mucho miedo. En el 85 nos citan a la Seccional Primera, eran las 2 de la mañana hasta que apareció alguien a decirnos que se iba a hacer una reconstrucción de los hechos. Me opuse y le dije que me iba. Me pidieron llevarla a Olga Juárez que estaba declarando, y yo me fui y me volví a General Pico”, dijo.

“Se pretendió instalar que La Pampa era una isla, pero hubieron centros de detención y tortura ilegales. En aquel entonces no existía la justicia, había  acusaciones falsas y persecución ideológica”, cerró.

Fuente: www.planbnoticias.com.ar