Por Norberto G. Asquini
Si en algo fue efectivo el gobernador Carlos Verna en su primer año de gestión fue en su faceta política, frente al flanco más débil: la economía. Es que el 2016 fue un año de transición para el mandatario pampeano, en lo local con el recambio de una administración provincial de su mismo signo pero con diferencias en la manera de gobernar y en su relación con el gobierno nacional, y en lo nacional con la llegada de Mauricio Macri a la presidencia y las consecuencias de sus medidas económicas.
Condicionado por un contexto nacional adverso, Verna ha sabido controlar la agenda política y pública en la provincia. El gobernador estableció durante la campaña de 2015 un contrato electoral con sus votantes con el “Volver a crecer”, y una vez en Casa de Gobierno, frente a la “herencia” recibida y las medidas económicas del macrismo que limitaron su accionar y el nuevo slogan “Volvemos a crecer”, debió mostrar su poder de agenda para contrarrestar las limitaciones que le impuso la realidad. Ya en marzo, el tono sombrío de su primer discurso en la Legislatura mostró que no iba a ser un año fácil para su gestión. Y esto se confirmó con la escalada en la confrontación y el deterioro de su relación con el gobierno del presidente Macri, que llegó al punto más alto en diciembre.
En ese contexto, Verna buscó construir su “mito de gobierno”. El politólogo Mario Riorda, un referente para los comunicadores y consultores políticos pampeanos “de punta”, en su último libro “Cambiando. El eterno comienzo de la Argentina”, indica que cuando un dirigente accede al gobierno, se intenta establecer un gran mito de gobierno. Habla del relato, sin maquillaje, aunque esa palabra remita al ciclo kirchnerista. Son significados sustentados en una acción de gobierno, aceptada por la mayor cantidad de personas, y que dota de legitimidad a una gestión.
¿Cuál es la base para el mito de gobierno vernista? Una de las facetas de su narrativa, ya lo hemos abordado en otra oportunidad, se cimentó en sus proyectos de promoción de empleo privado para el desarrollo provincial. Hacia allí apuntó parte de la comunicación del gobierno. Sobre fin de año, el mandatario tuvo que admitir que sin la obra pública, en un país con la actual política económica, es imposible el crecimiento provincial solo a través del otorgamiento de créditos a pequeñas y medianas empresas.
Pero en la línea en la que el mandatario acertó fue en convertirse en defensor de los derechos pampeanos frente a la Nación y otras provincias. Un discurso que se fue armando en paralelo, por necesidad y en contraste, con los condicionamientos económicos. El mandatario apuntó toda su artillería a Mendoza en el tema del río Atuel, a esa misma provincia y a las que integran el Coirco por el río Colorado, a Buenos Aires en los reclamos por el río V y a Río Negro por las trabas a la venta de asado con hueso. Y también a empresas como Camuzzi por la falta de suministro de gas a los usuarios. Esta estrategia se observó claramente en la defensa de los ríos interprovinciales, hegemonizando la representatividad del reclamo, poniéndose al frente de las acciones e instalando la cuestión como una verdadera política de Estado provincial.
También se hizo notar en la disputa con el gobierno nacional por los fondos que no llegaron a la provincia. Verna en su relato se convirtió en el dique de contención de las consecuencias negativas de la economía macrista. Como buen interpretador de la realidad -es un consultor permanente de encuestas- dispara su munición contra una gestión nacional que le pone frenos a la provincia. De esta manera, el clivaje, el conflicto central, el eje estructurante de la política pampeana actual, ya no pasa por la disputa K o anti-K, sino por el peronismo contra Macri o, más general cómo lo presenta Verna, por los pampeanos contra las medidas que afectan los intereses provinciales. El gobernador sostiene, con su relato, la tensión La Pampa versus Nación, que ya había puesto en práctica contra CFK.
Esa estrategia lo tiene a Verna al frente de la agenda política provincial, convirtiéndolo en el gran interlocutor. El mandatario pampeano, asumida una táctica de confrontación con Nación y con sus pares vecinos, hegemoniza el escenario. Anula las críticas de la oposición, genera expectativas en sectores enrolados en estas problemáticas y logra el consenso mediático, cuando no la uniformización periodística, que se observa en los medios locales que asumen un tono acrítico hacia su gestión, salvo por su punto débil que es el Ministerio de Seguridad.
Esa táctica también cosecha, en el justicialismo, algunas discrepancias, ya que algunos dirigentes entienden que el “jugar a fondo” puede llevar a que se cierren puertas en Nación o con algunas provincias, cuando se deba acordar por otras cuestiones. Por supuesto, desde el vernismo se afirma que esa acción es la única herramienta que tiene La Pampa para conseguir ser escuchada, dado que se disputa poder con provincias con más peso electoral o con la misma Nación que parece subestimarla. Desde la oposición al PJ, aunque sean muy soterradas, hay también críticas: afirman que ese poder de agenda tapa, minimiza o desdibuja otras problemáticas que hacen a la gestión, sobre todo en los temas económicos, y hasta se sobreactúan las posturas.
Verna tejió, durante su primer gobierno entre 2003-2007, un relato basado en el “hacedor”. Se puede discutir la realidad de esa consideración, pero quedó instalada y hasta fue utilizada durante la campaña de 2015. Ahora, acorralado por la variable económica en el primer año de su segundo ciclo como gobernador, su relato se ha transformado. Verna confronta y discute con Nación y con quienes considera toman medidas que afectan los intereses pampeanos. Al oficialismo, además, ese relato le ha servido para sostener su poder y unificarse detrás de una conducción.
Riorda explica que un mito de gobierno lleva años establecerlo y requiere del gobernante que su decir sea coherente con su hacer. Verna va camino a construir el suyo, ya sea por convicción o necesidad.