Justicia en La Perla para el píquense Horacio Álvarez

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26 Agosto, 2016 a las 11:45 hs.

Por Norberto G. Asquini



Trece de los 28 represores condenados en el histórico juicio del centro clandestino de detención de La Perla en Córdoba, fueron condenados por el caso del médico y militante pampeano Horacio Álvarez. Dos de ellos fueron el exjefe del Tercer Cuerpo del Ejército, Luciano Benjamín Menéndez, y el pampeano Héctor Pedro Vergéz, el primero por su desaparición forzada y el segundo por privación ilegítima de la libertad agravada y tormentos agravados. 

Álvarez fue una de las 705 víctimas por las que fueron juzgados los represores, y uno de los más de 300 desaparecidos. De acuerdo a las investigaciones, el piquense luego de haber permanecido secuestrado en La Perla fue sacado junto a un grupo en febrero de 1977 y ejecutado en un descampado. 

“Cacho” Álvarez nació en Rancul en 1951, pero vivió su infancia y adolescencia en General Pico. En el ’69, finalizado el secundario, se marchó a Córdoba para seguir la carrera de Medicina. Álvarez trabajó, según fuentes familiares, para pagar sus estudios como inspector de tránsito y se vinculó con el gremio municipal cordobés del que fue dirigente. También fue residente del hospital Rawson luego de recibido en el ‘74. En ese centro asistencial ejerció en el área de infectología. 

Así comenzó a acercarse a los gremios clasistas como ATE.

Fue integrante de la Organización Comunista Poder Obrero (OCPO) y de su brazo armado, las Brigadas Rojas. La OCPO era un agrupación marxista revolucionaria, pequeña pero con cuadros importantes. 

Cuando cayó Isabel Perón, los sindicalistas combativos cordobeses fueron blanco de la represión clandestina montada por el Ejército. El 13 de abril del ’76, Álvarez fue secuestrado en su domicilio junto a su esposa -liberada al poco tiempo-. Desde allí fue trasladado al centro clandestino de detención La Perla. 

Horacio sufrió la tortura cuando llegó al campo y tuvo una “sobrevida” de casi un año. Teresa Meschiati, una sobreviviente de ese centro, lo conoció cuando la secuestraron y, tras largas sesiones de tortura, él le curó las quemaduras y los agujeros provocados por la picana eléctrica con agua oxigenada y jabón. 

Otra que pudo contar su experiencia fue Susana Sastre. “Había tres detenidos que eran respetados por todos, incluso por los del grupo de tareas, y Susana se sintió respaldada por ellos, aunque sólo podía hablarles muy de vez en cuando, aprovechando alguna distracción de los gendarmes”. Uno era Horacio.