En nuestra provincia, este año hay casi un 30 % más de víctimas fatales por accidentes de tránsito que el año pasado. Sin embargo, el triste récord lo llevó el 2013, cuando se registraron 100 muertes en las rutas y calles pampeanas.
En La Pampa muere una persona cada cuatro días víctima de la violencia al mando de un volante. Y se transforma en un lento genocidio que se lleva, principalmente, a las personas de entre los 14 y los 45 años de edad.
Si cayera el avión que circula entre Santa Rosa y Buenos Aires y fallecieran todos sus ocupantes, la sociedad entera se conmovería, habría debates sobre las cuestiones de seguridad, el estado psicofísico de los pilotos y un montón de cuestiones alrededor del hecho. Y durante días se hablaría de ello.
Pero la misma cantidad de gente muere en el año en las rutas de la provincia y solo ocupa la primera plana del día en los diarios para pasar luego a otro tema. Y el adormecimiento ante la terrible situación que se vive se apodera de a poco de la sociedad.
Y entonces se “normaliza” la situación y se termina percibiendo como inevitable. Nada más alejado de la realidad. Y para muestra bien vale comparar con lo que ocurre con otros países con un similar parque automotor en funcionamiento.
La terrible peligrosidad que hoy significa viajar por las rutas argentinas no es inevitable ni es una cuestión “normal”. Pero para cambiarla, primero hay que cambiar la percepción de las cosas. Tomar un volante es una responsabilidad, puede ser el medio para transportarnos, pero también se puede transformar en un arma mortal, depende de nosotros.